El neopelotudo aprende a escribir
El neopelotudo aprende a escribir
Alguno de acá tal vez recuerde que hace unos cuantos años me dio por acuñar el concepto de neopelotudo, que rápidamente ahora podría definir como el arquetipo del posmoderno apendejado con tecnología avanzada. Y es que a la tecnología hay que adaptarse. El neopelotudo responde a los estímulos propios de la tecnología con intensidad; ante el exceso de caracteres producto de la avalancha de información, la intensión prevalece a la extensión. Me refiero con estos términos a lo interno y a lo externo: la capacidad afectiva del neopelotudo es elocuente por fuera y vaga por dentro; él es capaz de indignarse por una foto en Facebook hasta la desesperación y de enamorarse de alguien a miles de kilómetros con la misma ansiedad. Y es que ahora nos enteramos de cualquier cosa inmersos en una quietud acaso hostil mientras el espacio se achica. Vivimos una dialéctica de la soledad entre la promiscuidad de la popularidad y el beneficio del anonimato.
No es casualidad que en las portadas de los diarios digitales se mezclen ejecuciones del ISIS con osos panda bebés y videos dizque virales de cualquier zanguangada, lo terrible con lo banal (no digamos lo bueno con lo malo) en una especie de ensalada rimbombante a modo de espejo neuronal del mundo del sujeto.
Otro fenómeno distintivo es la postergación de la experiencia. Tiempo real resulta un concepto vago aunque creamos que ahora accedemos a cualquier cosa en tiempo dizque real por la sencilla y obvia razón de que el tiempo no se nos da en simultáneo: la totalidad del espacio es ahora y siempre, en el espacio un punto es fijo; en la línea del tiempo un punto no es.
Y bien. Vaya usted a un acto del preescolar de su sobrinito y se encontrará con una horda de padres neopelotudos que de clásicos espectadores amorosos de una obra teatral devienen en viles paparazzi, camarógrafos, reporteros gráficos o no sé qué con sus celulares y sus cámaras afanados en guardar ese tiempo y sus cosas en una memoria SD. Ya es que al neopelotudo le es más real la pantalla que el espacio tridimensional que él mismo ocupa. Una vez finalizado el acto el neopelotudo se dedicará a subir las fotos y videos a internet, y tal vez uno de estos días se acuerde de ponerse a observar lo que pasó en aquel ya lejano evento del que vivió muy poco a través del ojo de vidrio de su celular y se encuentre con eso mismo: aquello que captó su teléfono. Me pregunto qué diría hoy Theodor Adorno, que entrevió en sus tiempos la crisis de la experiencia.
Pero yo quería tratar esta cuestión: desde comenzado este siglo el lenguaje escrito está quitando protagonismo al oral. En otras palabras, el bicho humano del corriente siglo tiende a escribir. No es difícil observar esto si pensamos en el sms, el Whatsapp, las redes sociales, los blogs, la posibilidad de comentar cualquier artículo de cualquier periódico, los chats y etcétera. Puse el título inspirado en «La musa aprende a escribir», un bonito libro de Eric Havelock, cuya tesis es la de que en la antigua Grecia luego de la invención del alfabeto la lengua conservó por mucho tiempo el formato de la oralidad, con todo lo que esto representaba, lo cual no comentaré aquí, pero que tiene que ver con aquello del pasaje de una concepción mítica del mundo y la posterior basada en el pensamiento racional. Hoy el neopelotudo tiene que arreglárselas para gritar, estar contento, odiar, reír y llorar por escrito. Hubo, pues, que trasladar el ánimo propio de la comunicación oral al teclado. Veamos que el lenguaje oral se desarrolla solamente en el tiempo, mientras que el escrito ocupa además el espacio. Así como verbigracia la poesía se volcó a representar los elementos de la percepción, el neopelotudo se ha visto en la necesidad de un lenguaje acorde a sus emociones pendejas propias de la virtualidad. Estas mierditas ya son tratadas en algunos panfletos de lingüística por los estudiosos que, como sabemos, en tren de estudiar estudian cualquier cosa, y no está mal. El caso es que han pasado en occidente 2.500 años para que la lengua y la saliva se hicieran escritura casi como antes de que existiera la escritura: volvemos a los jeroglíficos o, poniéndolo de otro modo, a la escritura como imagen anímica, a la vacía representación de la elocuencia instantánea. Para esto vienen muy bien los dibujitos pendejos que uno pone en los mensajitos, las fotos de gatitos y de perritos, la repetición de signos de exclamación o de pregunta supuestamente enfáticos, los gifs animados, los videos de Youtube a modo de respuesta (si a su tía la pateó el novio, usted le manda por Whatsapp el adagio de Albinoni y una carita triste, vamos) etcétera. Paradójicamente el neopelotudo escribe “en tiempo real”: sin pensamiento pero con la declamación del caso en el fragor del palabrerío virtual, y hace monigotes. A todo esto, los niños de la RAE se lo pasan hispanoparlanchinizando anglicismos que al final quedan como el orto (no coinciden con las reglas ortográficas ni de acentuación escrita propias del español) y que cada uno escribe como quiere o con dibujitos porque da lo mismo, y legalizando palabras que, de no ser por internet, ni sabríamos que existían (yo estoy esperando que pongan “selfi” en el diccionario) como si la dizque ortografía fuese relevante para la vorágine de jeroglíficos. Los chinos se deben estar cagando de risa.
Pongamos que esto no es bueno ni malo, pero yo creo que acarrea frivolidad y exhibicionismo excesivos. El lenguaje es la capacidad humana de producir idiomas, símbolos, sintaxis, inteligibilidad; no es una función meramente comunicativa como en los animales: un animal bien puede comunicar lo que siente y hasta nosotros lo entendemos, también puede interpretar signos fijos; pero no puede referir objetos ni mucho menos interpretar símbolos variables. Cuando nosotros nos comunicamos con dibujitos y demás perendengues en cierto modo no remitimos a objetos sino a sensaciones y sentimientos a modo de los emoticones. Así, pues, el neopelotudo remite al yo y cae en la subjetividad sin objeto. A modo de ejemplo, cualquiera reconoce la actitud de la chusma que celebra que al violador lo violen en la cárcel: esta frase solita transmite la elocuencia del sinsentido, de la compulsión que cae en lo contradictorio de celebrar un acto despreciable y que a la vez exhibe el yo ridículo. O atestar de adjetivos el discurso como el poeta novato que luego ni él sabe qué escribió. A todo esto, en la configuración propia de la frivolidad llega un punto en que nos da todo igual porque no hay objeto ni pensamiento, sino acción y reacción. Basta con abrir un portal de noticias y contar los adjetivos de los títulos, como si la cosa, el suceso narrado, la noticia, no fuera autosuficiente para que el lector pueda extraer de ahí mismo su adjetivo y su juicio, como si se tratara de cualquier cuenta pedorra de Facebook. Ni hablar de los videos y las fotos: tanto invocar el dizque tiempo real e ilustran noticias de hoy con fotos y videos del pasado (según sean favorables al grado de elocuencia que interese transmitir) sin tomarse la molestia de aclararlo. Básicamente ocurre esto: escribimos con emoticones y los medios masivos de comunicación nos informan con emoticones. Ni más ni menos. Este fenómeno no es nuevo, pero ahora es global. El idioma común no es el inglés, sino el del neopelotudo y sus emoticones y sus fotos de Facebook y sus pendejadas en Vine. Los chinos se siguen cagando de risa.
Frivolidad y exhibicionismo. Acá está de moda la carta abierta. Periodistas y escritores publican idioteces dirigidas a cualquiera, desde presidentes, farándula y jugadores de fútbol hasta gente muerta: Carta abierta a Messi, carta abierta a Tévez; anónimos que hacen lo propio y tienen la suerte de ser publicados en sitios de relativa relevancia, y hasta una chica violada que publicó en Facebook una carta abierta a su violador aún prófugo de la justicia, y esta carta a su vez apareció en algunos portales de noticias. También recuerdo la paupérrima nota del Indio Solari dedicada a Gustavo Cerati muerto y las palabras de un jugador de fútbol a su hijo también recientemente fallecido, ambas a modo de dizque carta abierta y publicadas en el diario.
Bueno, listo, uno de estos días llegaremos a expresarnos como los monos y lo mejor es que nos vamos a entender entre todos; lo peor, que al mundo lo van a hacer los marcianos y nomás lo va a interpretar el loro. Para no ser menos les dejo tetas (. Y .) Gracias.
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