¿Qué pasará te preguntas?, ¿qué viene más adelante?, te quiebra el miedo mientras yo me quedo amando los días templados, días que descontar.

Siempre fue así, siempre fueron buenos días, siempre hay que no ha dependido de nosotros que se han encargado de montarnos a la espalda, cuyo peso es vuestro y no mío.

Mis días pasan dulces como frutos de verano y me pregunto ¿porqué no puedes ver tu yugo?, porque yo veo el mío y lo reconozco, siento su presión en mi pie y sin embargo no permito que me estrangule, ¡porque no importa qué intente, sabes que no puedo arrancarlo ni tú puedes arrancar el tuyo aunque quieras presumir de ello!

Hay yugos que pesan más que otros, pero también hay seres más livianos, ¿entonces, que hace más pesado el tuyo que el de ellos?

El yugo más pesado no es el que se pone al cuello y lleva el arado, sino el que con promesas de libertad coge a sus perros y corre tras el amo dando caza a los fugitivos o aquel que compra vidas que subyugar después de ganar su carta de libertad.

¿Qué les hará libres a ellos?, ¿quién logrará soltarle las amarras?, ¿qué inventarán ellos mismos que no se monten encima y les someta?, pues aunque fueran libres como creen y aunque pudieran correr por la selva en soledad volverán a adorar los mismos barros, volverán a levantar los mismos símbolos y los mismos ídolos, volverán a ser esclavos de los mismos objetos y aún después de muertos volverán queriendo reclamarle algo a los vivos.

Hoy pido perdón por los daños causados: los que he provocado movida por la ira y por la tendencia que tenemos a juzgar, los que he permitido contra mí en tiempos de ignorancia, inclusive por aquellos que sólo fueron efecto de haberme deseado el mal, cuestión que no puedo asegurar pero sospecho hondamente.

Aún así me disculpo por haber sido lente, me disculpo por el mal que te has hecho y te haces queriendo hacerme el mal.

He llevado mis pesos, pero no pesos más grandes que otros han sabido llevar con dignidad y sin reclamos. ¡Cuánto tengo que aprender de ellos!. Yo como caballo encabritado he echado a tierra jinetes indeseables, pero he montado en cólera: ¡ese jinete que te ciñe las riendas caballito de madera y te guía movido por sus intereses!

Esclavo se es en el alma, esclavo se es cuando no sabes de nada más que de dar puñaladas por la espalda, cuando te seduces por los caminos que llevan a recompensas de sicarios, que te sumergen en el desconsuelo y el cinismo.

Hay que mantener cierto grado de inocencia, hay que saber mantener cierta palabra dada, hay que realizar alguna cantidad de esfuerzos, no hay que evitar cierto tiempo robado. Antes debemos pasar por ello, para no cargar en las espaldas ajenas el fardo que bien podemos cargar.

Cuando eres salvaje eres esclavo de tus lobos hambrientos, cuando eres asesino eres esclavo de tu sed de sangre, cuando eres holgazán eres esclavo de tu lecho. No hay libertad en ello, porque no eres quien decides matar sino tu mano, ¡qué mayor esclavitud que ser esclavo de un pie o de un cabello!

Por el momento sólo tenemos la espera para ser libres, que llegará si asistes de forma adecuada. Y si quieres serlo algún día deberás haber aprendido el hábito de la paciencia, vas a tener que montar las olas del terror y en el minuto exacto y humildemente pedirás con lágrimas en los ojos ser recompensado con la cálida libertad de los neutrinos.

No se puede demostrar un sentimiento, sólo hay rebuscadas explicaciones acerca de químicos bajos y altos que no explican qué les ha hecho reaccionar, para lo que necesitas de otras prolongadas convenciones binarias, donde todos debemos reconocer la mariposa en una grotesca mancha de tinta.

¡Qué gracia sería poder revelar en cierto punto específico tu bondad!, la bondad que me corre a través del torrente sanguíneo, que me hace presentir tu presencia, tu calor y tu generosidad.