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La cabaña 25
1
La elegí porque era la que estaba más alejada del centro del complejo. Al pie del cerro, y rodeada de naturaleza virgen, era la que mejor se adecuaba a mis propósitos, que no eran otros que los de escribir un cuento. Necesitaba silencio y serenidad, algo que solamente me lo podía otorgar esta cabaña; las otras eran dobles o quedaban cerca de las instalaciones. Y lo que era primordial, tenía una hermosa vista y quedaba bien lejos del poblado.
Mi único contacto con el mundo exterior eran las mucamas que pasaban religiosamente a eso de las diez, después del desayuno, y volvían de noche por si necesitaba alguna cosa. Eran hermanas, de no más de veinte años; la mayor, ya casi mujer, iluminaba la alborada dibujando sonrisas en el aire, mientras la menor se abocaba a seguir sus mandatos. No había motivos para lamentarse de nada, los únicos ruidos eran el rumor del viento, los pájaros de la aurora y alguna lluvia ocasional.
Los días no podían ser mejores. Mi trabajo avanzaba sin inconvenientes, empezaba a la mañana temprano y continuaba a la tarde, luego de la siesta. El marco era el ideal, ya que mi cuento transcurría en un lugar similar. A veces, cuando la escritura me lo permitía, se me ocurría bajar al complejo, dar una mirada general, intercambiar alguna palabra con alguien o darme un baño en la pileta climatizada.
En otros momentos libres salía a dar un paseo por el monte a juntar algo de leña para la estufa, y a deleitarme con los sonidos de la naturaleza. Con el correr de los días pude distinguir algunos cantos y sonidos pero no sabría decir de dónde ni de quienes realmente provenían. Algunos incluso alimentaban mi inspiraron. Cuando el sol insinuaba esconderse, yo retornaba a la cabaña para seguir escribiendo.
Pero una noche algo insólito sucedió. Me despertó un repiqueteo o una gotera, una señal fuerte y continua que duró unos pocos minutos, los suficientes como para sacudirme. Me levanté y observé por la ventana para ver si veía a algún animal, ya que me habían dicho en la administración que eran frecuentes los encuentros con gatos monteses, zorros o lagartos, pero nada vi que me llamara la atención. Le resté importancia al asunto, pero lamenté el simple hecho de despertarme, precisaba estar descansado para trabajar al día siguiente.
Las madrugadas sucesivas transcurrieron con cierta normalidad, hasta logré levantarme más temprano, contemplar el amanecer del bosque y compartir con los pájaros los restos de mi desayuno. Como pensaba quedarme más tempo del convenido, me fui hasta el pueblo para abastecerme; había decidió alargar mi estadía, para tener terminado mi trabajo a fin de mes.
Mi estancia era tan monótona que a los únicos que veía eran a las hermanas y al jardinero, quien después supe era el padre de ellas. Su madre, estaba recluía dentro de su casa y rara vez se la veía por el complejo. Se encargaba de la cocina y de la administración del complejo pero yo nunca tuve la suerte de conocerla.
No obstante una vez, casi al amanecer, retornó ese extraño ruido, pero en esta oportunidad con más fuerza que la primera, a tal punto que creí que alguien había derribado la puerta. Salte sobre la cama, como si emergiera de una terrible pesadilla. Pregunté si alguien andaba por ahí y cerré las ventanas y puertas con los cerrojos pertinentes; acaecía un viento fuerte, quizás se estaría desencadenando una tormenta. El ruido de pronto pareció desparecer, pero para asegurarme eché un vistazo por las ventanas. Inmediatamente salí al bosque, hacía frio, descubrí unas ramas que se bamboleaban con el viento como si alguien izara una bandera; pensé que quizás esa era la causa del ruido. Las arranqué y entré de nuevo a la cabaña; esa noche no pude dormir y eso conspiraba contra mi cuento.
2
Al día siguiente, después del desayuno, le comenté a una de las mucamas por el extraño susurro de la noche anterior. Al principio se sonrió y después me dijo que no me preocupara, que eran seguramente las palomas de monte, unas aves bastante grandes de color negro que suelen aparecer al amanecer y picotear las ventanas.
-Las puede ver de día también, si se interna en el bosque, van siempre de a dos. Son inofensivas- dijo la más chica. (Inofensivas, pero no me dejan dormir, ahora tenía un despertador natural, debía adaptarme a su horario o sucumbir, debía trabajar más temprano y dormirme con la caída del sol, pensé.)
Por suerte nada de esto ocurrió, las palomas no aparecieron mas y yo pude seguir haciendo mi existencia normal y como mi trabajo iba adelantado, me tomaba mis descansos y me iba a la pileta termal. Como era invierno, el complejo estaba casi vacío, salvo algunos matrimonios de gente mayor que venían por la pileta de aguas termales.
Más adelante, cuando se me presentó la oportunidad, me quede a cenar en el restorán, estaba lloviznando, no quise mojarme durante el trayecto a la cabaña. Al abrir el menú, observé que el plato principal era el de paloma de monte al escabeche. Me reí solo, pensé que me estaban haciendo una broma; no sabía que se comían, pensé, con razón ya no me molestaban, seguramente las de hoy estarían todas en la cacerola de la cocina. No las pedí, por supuesto, preferí pescado de río. El resto de los comensales no leyeron mi pensamiento y aprovecharon que el plato principal era el más barato; las palomas adornaban todas las mesas alrededor mío, pero no pude verlas, estaban reducidas por la cocción a la mínima expresión. Cuando me fui, la lluvia seguía, pero no me importó.
Al día siguiente la llovizna paro’, el cielo se abrió como si surgiera Dios de entre las nubes; yo me desperté temprano, no había podido dormir bien. Salí a la puerta y fue ahí mismo que las vi y me sobresalté; estaban las dos, una junto a la otra como degolladas, eran dos palomas enormes de color negro tal como me las habían descrito las hermanas. La escena era dantesca, les salía sangre por el pico y descubrían los cuellos cortados ¿Qué tipo de animal podría haber hecho eso? Llamé a las mucamas quienes acudieron de inmediato. Contradiciendo a mis expectativas, no mostraron sorpresa.
Sin decir palabra alguna las pusieron en una bolsa como si fuese ropa sucia. Estaban acostumbradas a lidiar con animales muertos.
-Pueden ser los gatos salvajes-, dijo una, ya ha pasado antes, no se preocupe señor. -Si quiere le ponemos alguna trampa para animales.
-No, le dije yo, prefiero que las maten los gatos y me dejen dormir-.
-No creo que sean los gatos, dijo la otra mucama antes de irse.
-¿No, y entonces quien?
-No sé, pero los gatos no, ya no quedan muchos por esta zona. Hable en el complejo, si quiere le pueden dar una cabaña más cerca del pueblo.
-Lo pensaré, les dije.
Ciertamente lo pensé, pero decidí quedarme donde estaba, los gatos o lo que fuere habían acudido a mi socorro. Ahora podía dormir tranquilo, sabiendo que las palomas no vendrían a molestarme nunca más; empero, debía tomar los recaudos necesarios por las fieras que rondaban la cabaña: de noche cerré ventanas y puertas.
Una mañana comprobé que las mucamas no habían venido, era domingo, pensé que sería por eso; cuando vi al jardinero con una bolsa negra bajando al complejo, intenté preguntarle si sabía algo, si vendrían más tarde por mi cabaña.No me escuchó, iba como acelerado y tratando de evitar mí saludo. El hombre tendría entre sesenta y setenta años, pero demostraba una gran agilidad. Y según me había dicho, se había criado en este mismo bosque; las cabañas las había fabricado con sus propias manos. Iba tan rápido que lo vi desaparecer entre los árboles como si fuera un gato montés.
Descendí luego al complejo. El día estaba espléndido, el parque parecía un compendio de botánica, el sol se empecinaba en querer adelantar la primavera, incitando a las plantas a intercambiar sus perfumes. Llegué a la cocina y busqué a las mucamas por el bar. Yo sabía que ellas se transformaban en mozas durante el almuerzo, lo había visto con anterioridad; tenían jornada completa de trabajo, adoptaban diferentes uniformes, según la hora del día.
Esperé a que aparecieran por algún lado, pero ello no sucedió hasta casi el mediodía, en que la gente entró al restorán. Ellas asomaron con las caras hinchadas, tiesas, embriagadas de ansiedad. Yo me acerqué a una de ellas y le pregunté qué les pasaba.
-Es mi madre, dijo una, no está bien hoy.
-Lo lamento, les dije, no lo sabía.
Les pregunte porque no habían ido a trabajar a la cabaña en el día de hoy, me contestó que no sabía de qué le estaba hablando, que ellas siempre suben a la cabaña 25.
-Hoy no fueron-, les retruqué, a lo que callaron inmediatamente y siguieron con sus tareas. Subí a mi aposento resignado, si esto se repetía, tendría que hablar con el padre de las chicas.

3
Los días subsiguientes fueron corrientes, el incidente del domingo había quedado atrás, (en realidad no tenía importancia), pero percibí que las hermanas estaban raras, ya no hablaban tanto entre si y estaban muy reservadas, su alegría de los días anteriores había desaparecido. Trabajaban casi en silencio como si yo no estuviera allí. Quizás era por su madre. No me incumbió, yo necesitaba tranquilidad para trabajar.
La tranquilidad que la tuve por unos días, hasta que una noche, antes de irme a dormir volvieron de nuevo los extraños sucesos. Escuché un grito desgarrador que venía como de atrás de la cabaña, como del lado del bosque, pensé en algún pájaro o un gran insecto, pero cuando el grito se repitió por varios segundos, un escalofrío recorrió mi piel, no había dudas de que eran gritos humanos, no podían ser de otro ser vivo que habitase el bosque. Especulé con un lobo, pero no los había en estas latitudes. De pronto los gritos dejaron de oírse y todo parecía volver a la regularidad, salvo yo, que ya no sabía si quedarme un minuto más en esta cabaña.
Esa noche no terminó todo ahí. Luego de los gritos, ya entrada la madrugada, sentí pasos alrededor de mi cabaña, pasos que se acercaban y se alejaban de las ventanas como atraídos por un imán. Extraje uno de los cuchillos de la cocina para defenderme y esperé detrás de la puerta. Los pasos venían ahora del techo, eran como pequeños saltos casi regulares, pero ahora se multiplicaban ya que golpeaban a la puerta y ventanas. Deberían ser varios los animales, una jauría o una manada. La puerta tembló por un momento como si quisieran derribarla. Me encerré en el baño, tranqué la puerta y los ruidos cesaron por completo. Mi corazón latía muy rápido, esa madrugada dormí en el baño, juré que era la última noche que lo hacía en este parque.
Desperté en el mármol del piso del baño cuando alguien me tocó la puerta. Mi cuerpo tenia la forma de las baldosas, y la temperatura del albor. Al principio no quería atender, pero luego me entregué ante la insistencia de los golpes sobre la puerta.
-¿Se siente bien, señor? sentí que una de las hermanas me preguntaba desde el otro lado de la puerta
-Sí, gracias, le respondí. Abrí y ahí estaban las dos disfrazadas de mucamas. No sabía qué decirle, si le contaba lo sucedido no me creerían, pensarían que estaba loco, y si no lo contaba, nunca sabría la verdad de lo que pasaba en este lugar. Salí del baño decidido a relatarles todo a las hermanas quienes escucharon atentamente y en silencio. Luego de mi alocución, la mayor balbuceó alguna cosa, pero la más chica la paró en seco.
-¿Qué pasa, pregunté, qué es lo que me están ocultando?
-Nada, dijo la menor, usted se imagina muchas cosas señor, acá no pasa nada raro, deben ser las palomas de nuevo. Si quiere hable con nuestro padre, debe estar en la casa.
-¿Nada, y las palomas muertas, las ruidos, los gritos, su padre que pasa todos los días con una extraña bolsa…y ustedes mismas que no recuerdan si vienen o no a trabajar?
-No sabríamos decirle señor, hable con mi padre, el antiguo inquilino nos decía lo mismo, pero nunca lo pudo comprobar.
-¿Qué inquilino?
-Vamos Matilde, esto ya es demasiado, dijo la mayor de las hermanas.
Se fueron en silencio para abajo por el sendero entre los matorrales, camino que el padre recorría todos los días a la tarde con una extraña bolsa. Para colmo, ahora se sumaba otro misterio más en esta historia, un inquilino, otra víctima de esta maldita cabaña. La intriga era saber quién era ese hombre y averiguar qué pasó con él.

4
Estaba decidido a abandonar la cabaña, pero las interrogantes que me surgieron me mantenían cautivo. Abandoné por un rato mi trabajo, esperé la hora del almuerzo y baje al complejo. Era fin de semana, había más gente que en días anteriores, la mayoría ancianos. Primero pase’ por la administración para anunciarles mi pronta partida. No había nadie, lo que era lógico, porque las hermanas estaban atendiendo en el restorán. Ni siquiera habitaba su madre, a quien nunca había visto aún. Me valí de la ocasión para saciar mi curiosidad. Pas detrás del mostrador y aparte el fichero donde estaban los datos de los huéspedes, recordé dónde las tenían. Fui directo a la carpeta de la cabaña 25 y corroboré que ciertamente yo la estaba ocupando en ese momento, pero no encontré datos o indicios del ocupante anterior, constaban borrados o deliberadamente arrancados, faltaban las páginas de los días anteriores a mi estadía.
Me fui al restorán y me senté plagado de misterios. Mire’ el menú, era todo a base de la paloma de monte, hasta el postre. Me dio asco y maldije a las palomas. La gente me observó un tanto sorprendida por mi conducta, pero luego siguieron comiendo sus palomas como si nada pasara. Al rato veo por la ventana al padre de las chicas sacando una paloma de la bolsa negra, entrando a la cocina; todavía estaba viva, lo que más repulsión me dio. Quise salir del lugar, pero la puerta estaba cerrada, y no veía a ninguna de las hermanas. Me volví a sentar y de pronto una mujer con cara de paloma me preguntó, moviendo el pico, si me sentía bien, a lo que grité no se qué cosa, y me caí al piso. Luego no recuerdo más nada de lo que sucedió; se’ que aparecí misteriosamente en mi cama de la cabaña veinticinco.
Quise levantarme pero no pude, me sentía como drogado o algo similar. Sabía que estaba en problemas pero nada podía hacer, salvo esperar a que se me pasara el efecto de las exhortas. No sabía ni la hora que era, aunque juzgaría que sería tarde, casi de noche por la oscuridad que se insinuaba en las ventanas. Estaba aturdido, solo recordaba que había estado en el restorán y que había visto al padre de las hermanas manipulando la bolsa negra y a la mujer con cara de paloma y nada más.
La cabaña estaba curiosamente ordenada y de mis cosas no se veía nada, ni siquiera mi maleta; estaba todo preparado, algo tenían en mente estas personas, un plan premeditado desde el momento en que pise’ este lugar; lo supe desde el comienzo, pero no lo quise reconocer. Ahora estaba incomunicado y como yo estaba de incógnito, la cosa se ponía de mal en peor. Nadie sabía a que yo estaba en este lugar. Traté de dormir pero las imágenes de las palomas rondaban mi cabeza como si fueran buitres revoloteando un cadáver.

5
Un leve movimiento de mi lecho fue suficiente para que mis ojos se abrieran de par en par y una de las hermanas, la que creo se llamara Matilde, me presentase a un doctor que creí reconocer, era uno de los huéspedes del complejo. Alto, de complexión atlética, era mi vecino más cercano, lo único certero en esta historia. Lo había visto con su mujer en el restorán, habíamos intercambiado alguna palabra, se había interesado en mi trabajo, podía confiar en él. ¿Qué pasa pregunté, qué están haciendo conmigo?
-Nada, tranquilícese. Matilde me llamó en cuanto Ud. se descompuso en el restorán y lo trajimos a su habitación. Soy médico, jubilado, pero médico al fin, ¿no se acuerda?
Yo estaba como sujetado a la cama con un chaleco de fuerza, sentía que no me podía mover. El médico me inyecto algo el brazo. Matilde hacía de enfermera a su lado, alcanzándole algodón y alcohol, y demostrando la versatilidad de personajes que podía representar. El doctor continuaba haciéndome preguntas, pero las respuestas que yo le daba, aunque ciertas, no se adecuaban a su realidad. Aludió, al pasar, algo de una alucinación provocada por aislamiento. Antes de irse, dejó unos frascos con las indicaciones a la chica.
-Con esto va a estar mejor, dijo el doctor. No se olvide de dárselo cada ocho horas, lo importante ahora es tenerlo sedado todo el tiempo, dijo.
-Tratamos de comunicarnos con su familia, dijo la chica, pero nos fue imposible. No tiene.
- Eso es mentira, dije, esta gente me está volviendo loco doctor. Son ellos los que armaron todo, para que yo parezca desequilibrado. Ud. me conoce de la pileta, sabe de mí y de mis intenciones en este lugar. Si quiere le cuento todo, lo de las palomas muertas, los gritos, los pasos, la anciana disfrazada de paloma…
-El doctor sonrió, y dijo:”no se moleste, no pierda tiempo, descanse y se curara. Pronto lo veré nuevamente en la pileta”.
-¿Curarme de qué?, yo vine a descansar y a trabajar. Ustedes me están enfermando.
Cuando terminé de decir esto, me vino un sueño insoportable. Matilde se fue con el doctor en silencio, ajena a lo que yo sentía y pensaba. Mi conciencia se iba apagando lentamente, tan lenta como la noche que caía sobre el monte. Luego soné con hombres disfrazados de palomas que giraban en círculos como en un ritual, pero no podía distinguir si era una pesadilla o si estaba ocurriendo en la realidad, ahí justo en la puerta de mi cabaña.
Los tenues rayos de sol que atravesaban solazados por mi habitación, anunciaron la mañana antes que los pájaros y mucho antes de que las hermanas me trajeran el desayuno. Abrí las cortinas y la ventana de par en par; el bálsamo del bosque me traía buenas noticias. La primera, de que yo estaba vivo y parado frente a la cabaña y sin el chaleco de fuerza; que mis cosas estaban donde siempre, incluida mi maleta, y de que los efectos de la droga se habían ido como por arte de magia. Hasta estuve tentado de recomenzar mi trabajo pero las hermanas se aparecieron de repente; las vi venir de lejos, parecían alegres y juveniles como cuando las conocí tiempo atrás.
-¿Durmió bien? me pregunto Eva, la más chica.
-Sí, se me fueron los efectos de la droga que me dieron ustedes.
-¿Como señor, qué drogas?
No insistí con el tema para no generar una polémica, ahora lo importante era que todo había vuelto a la cordura y podría retomar mi trabajo, quizá el último de mi carrera. Matilde conocía mis manías y me armaba una suerte de escritorio donde yo podía cómodamente escribir. Antes de irse, les pregunté a las chicas cual era el menú del restorán. Me contestaron que lo de siempre.
-¿Hay paloma al escabeche?
-¿Como señor? Las palomas no se comen, dijo, largando una carcajada juvenil. Venga, que hoy cocina mama.
-¿Su madre?
- Si, ella cuando está bien cocina para todos.
- ¿Y qué le pasa a su madre?
-Vamos Eva, dijo la mayor.
-Gracias, les dije.

6

Mi cuento avanzaba rápidamente, las condiciones así lo permitían. Ya casi no salía de la cabaña, me gustaba escuchar el golpeteo de la lluvia sobre el techo, atravesar el bosque con mi mirada y posarla donde el río delinea el horizonte; sentir la fragancia de los árboles y recordar viejos tiempos, y verlos desde esta altura, y comprobar lo dichoso que era y yo no lo sabía.
Las noches estrelladas conspiraban contra mi sueño, eran el marco ideal para escribir, pero mi mente recurría a veces, sin querer, a los extraños sucesos y yo trataba de enconarles en vano una explicación. Analizaba la comida que me daban por si tenía alguna sustancia alucinógena, bajaba al restorán a investigar el misterioso menú. Seguía al padre de las chicas cuando bajaba desde el cerro con la bolsa sin éxito alguno, pero no llegaba a ninguna conclusión. Siempre terminaba en lo mismo, en que quizás fuese todo un invento de mi mente, en un círculo vicioso, conclusión que me ayudó o afrontar los últimos días de mi estadía, los últimos capítulos de mi trabajo.
Pero no todo sucedió como yo lo hubiera querido. Los ruidos retornaron a la noche sin solución de continuidad, los animales muertos de todo tipo y forma surgían de pronto en la puerta de la cabaña como por arte de magia; el menú de paloma de monte ya me resultaba exquisito.
Por las tardes me encontraba con mi doctor y su mujer en la pileta termal y manteníamos largas conversaciones, pero estas no lograban saciar mis inquietudes. Si los sucesos fueron irreales, porqué también le habrían ocurrido al inquino anterior a mi estadía, según el relato de Matilde. Esa incógnita me mantenía en vilo.
-No se haga tantas preguntas-, me dijo una vez. -Acepte los hechos tal cual son. Es lo que hicimos con mi mujer y aquí estamos.
Su mujer permanecía siempre callada a su lado, como una intrusa en la conversación; se limitaba a disfrutar del baño y de nuestra compañía. Quizás ella sabía la verdad, y no se animaba a decirla. Quizás ella con su silencio evidenciaba un grado de evolución al que yo no había llegado aún.

A lo último el doctor empezó a venir solo; le indagué sobe su mujer. Me respondió que se había ido.
-¿Cuándo se fue?-, le pregunté, lo que no supo responder. Claro, pensé, todo encajaba en el rompecabezas. Tampoco supo responderme desde cuando estaba él y lo que era peor aún, tampoco supe responderme a mí mismo desde cuándo estaba yo acá.
Me resultaba arduo coexistir en este mundo, sobre todo en el restorán, cuando el menú consistía en palomas negras o lagartos, e inclusive murciélagos, y descubrir que mi imaginación no tenía límites. Comprobar, para mi asombro, aunque a esta altura ya nada me sorprendía, que la población del parque iba disminuyendo al correr de los días, sin saber a dónde se iban, ya que no se las veía retirarse del complejo.
7
Al doctor no lo vi mas, cuando quise averiguar su paradero, nadie me supo contestar y yo necesitaba hablar con él, precisaba continuar con mi tratamiento, me sentía cada vez peor, ya no tenía mis medicinas. A decir verdad, yo era casi el único huésped en el complejo, hasta en el bar siempre estaba solo, ni siquiera las hermanas se acercaban a atender a las mesas. ¿Habrían cerrado las instalaciones y yo no lo sabía? ¿Le habría pasado algo a la madre? ¿Dónde estaban, dónde estaban todos?
Los gritos retornaron nuevamente a la noche en mi cabaña cuando menos lo pensaba. Eran escalofriantes, descubrí que venían de atrás de la cabaña. En una ocasión, cuando ya no resistí más, decidí salir con mi linterna. Me guié por la intensidad del sonido, esquivando espinas y duros arbustos, pero de pronto los quejidos se acallaron. Luego todo se me confundía, porque no sabía si estaba soñando o era real.
Por suerte, esos sueños recurrentes no retornaron más y yo volví a recuperar algo de paz que había perdido. Las alucinaciones se habían tomado un largo descanso. Pero ya nada era igual. Ahora estaba solo, echaba de menos a los huéspedes, a las hermanas y al jardinero.
Regresé a mi trabajo, al motivo de mi estadía en este lugar. Aprendí a convivir con mi soledad y eso parecía repeler a mis miedos y fantasmas que me habían tenido angustiado durante tanto tiempo. Era curioso, cuanto más me sumergía en mi trabajo, más lejos se retiraban las efemérides.
Una mañana, Matilde y Eva se me aparecieron de repente, pensé que estaba soñando sentí que viajaba hacia atrás en el tiempo. ¿Qué hacen acá?, pensé. No sabría decir con exactitud cuánto tiempo hacia que no las veía, pero juraría que mucho. Yo creí que ya no existían, pero aquí estaban, en la puerta de mi cabaña, como en los viejos tiempos. ¿Por qué venían ahora, de dónde salieron?
Recuerdo que fue poco antes de terminar mi relato, al que solo le faltaba un final. Estaban nerviosas, al borde del llanto, vociferaban cosas indescifrables, intuí por sus voces, que algo había pasado en la pileta. Me pidieron por favor que las acompañara.
-¡Fue mamá!, escuche que Matilde decía, ¡fue ella otra vez!
Las socorrí, fui detrás de las hermanas hacia abajo del complejo, hacia el lado de la pileta, por el camino entre los matorrales, el que yo había recorrido alguna vez, cuando empezó este relato.
Había un cuerpo flotando boca abajo en la pileta, rodeado de fantasmas que habitaban el complejo, los mismos que secundaron mi imaginación. El jardinero asomó con una suerte de gancho, las hermanas lloraban frente a su madre, a la que yo veía por primera vez. La mujer justificaba lo injustificable, diciendo que no había sido ella, sino una extraña vos guiaba su conducta. Debajo de ella yacía una máscara de paloma, la misma que se me apareció en el restorán.
Cuando al fin el jardinero logró traer el cuerpo con su gancho hacia el borde de la pileta, lo dimos vuelta y pudimos ver la verdad. Era yo, era mi rostro, el que aparece al final de mi relato, más joven, el inquilino de la habitación veinticinco.


Gabriel Falconi











Texto agregado el 12-09-2015, y leído por 138 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-09-2015 Trabajo muy bueno. Lo malo es que en internet las historias deben ser cortas para que mucha gente las lea. Somos flojos por naturaleza. Pero, tú sigue con tus creaciones, sé que tienes facilidad para la novela. Abrazo. 5* heraclitus
12-09-2015 Tienes la idea: ésta es la forma de elaborar un relato. Atraes. Seduces. Siembras inquietud. Intriga. No obstante, según mi humilde opinión, necesita precisar más el desarrollo de la historia para así no dejar tanto cabo suelto. Muy bueno, sin embargo. Pato-Guacalas
 
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