Ojo por ojo

Israel entró a la letrina minutos después que vio a Miranda penetrar, toalla en mano, al cuarto de baño contiguo. Ambos espacios eran parte de una casita situada en el patio de la vivienda solariega de la familia Ramírez.
Con sumo cuidado se hincó en el piso hasta la altura de la brecha por la que cada día observaba la hermosa mulata que realizaba los quehaceres domésticos en la casa de la familia. Colocó su ojo derecho en el pequeño hueco sólo para recibir un golpe de agua jabonosa lanzado por la muchacha que desde ocasiones anteriores había advertido su presencia.
-¡Se lo voy a contar a tu mamá! –le gritó, mientras el adolescente salía presuroso, sin decir palabra, tratando de hacerle creer que no había nadie en el lugar.
Desde ese momento, Israel evitó la presencia de su madre, aunque repetidamente estuvieron a solas sin que ella mencionara el asunto. Esto le hizo pensar que la muchacha no le había comentado nada de lo ocurrido pero, de todas maneras no volvió a entrar al retrete cuando Miranda se bañaba.
Un día decidió abordarla cuando ella cocinaba.
-¡Mamá nunca me reprochó que te acechaba! -dijo Israel. Me amenazaste y me sugestionaste para que no lo volviera a hacer ¡Qué cruel eres!
Miranda lo miró con coquetería:
-¡Muchachito fresco! – le dijo- Lo pensé mejor y desde el día siguiente empezó mi venganza: ahora soy yo quien ve cada día lo que haces cuando entras al retrete!

Alberto Vásquez.