Te mandé un mensaje
en una botella,
la recogió el oleaje,
pero no flotó, ni se hundió;
se clavó en aquel agua densa,
espesa de aceite
y petróleo, llena
de los restos sobrantes
de basuras y despojos,
desperdicios salpicados,
residuos apiñados;
bazofia de mar.
Te lancé unos besos al aire,
que cayeron como plomo,
se disolvieron,
se borraron
en el contacto con el lodo.
Helado con el ambiente,
empecé a toser y con la tos
me atraganté.
Un corazón o dos
de monóxido de carbono
entre esputos solté
huyeron saltando,
silbando, soñando
en comer ozono.
Te intenté recordar
pero todo era gris,
del mismo gris
que mi barrio y el tuyo,
cuyo color es un lujo
que dejó de existir.
El asfalto, el cemento,
una niebla de humo,
la desaturación del mundo
atrapado en el color mudo
nudo de neón,
desnudo el hormigón.
Se me escapó un suspiro
y en vez de alivio,
casi me asfixio
por aspirar dióxido
o algún óxido,
monóxido impuro;
puro vómito de chimenea.
En las ascuas de este planeta
nuestro amor no respira.
No queda sitio para besos,
ni excesos, ni para el peso
de nuestros cuerpos,
que ni transpiran,
pero se miran,
se combinan
en un cariño que nos intoxica
pero no contamina.
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