En la aristocrática cantina “La suerte loca” donde los albañiles después de trabajar toda la semana se reunían los sábados por la tarde, felices y liberados tanto del capataz como de la mujer que los esperaba en casa, con el temor de que se gastaran toda la raya, dos achispados compadres compartían alegremente. Con el calor de las copas, cuando el hombre se sincera y busca la absolución de sus pecados como en la iglesia con el sacerdote, uno de los contertulios le dijo al otro:
—Compadre: si yo le digo que me acosté con su mujer, ¿quedamos como enemigos?
—No compadre.
—Entonces, ¿quedamos como amigos?
—No compadre.
—Entonces, ¿Cómo quedamos?
—Quedamos a mano... compadre.