Aún no entiendo como algunas personas disfrutan –lo sienten incluso terapéutico- ir al supermercado. Para mí siempre ha sido un verdadero calvario, un vía crucis digno de no recordarse jamás.

Pese a tenerle nula tolerancia a este hecho socialmente normal, debo reconocer que es un mal necesario. Así pues, tomo mis precauciones al respecto. Genero una lista detallada de las cosas que necesito, me repito incontables veces: “Tienes que ir al super. Paciencia, mucha paciencia” durante los dos días previos al encuentro con ese mega centro, atestado de productos (muchos de ellos inútiles), de personas paseándose en los pasillos con los carritos llenos de cosas, de los altavoces llamando al personal interno, de los gritos que da un “promoter” recordándote que las lechugas están al 2x1, y paro de contar.

¡Vale! Pues ayer fui. Luego de tardarme casi veinte minutos encontrando un lugar de estacionamiento, entré al supermercado. Cuarenta minutos después de haber soportado estoicamente la multitud y el ruido que esta provoca, miré mi lista y me di cuenta que sólo faltaba por colocar en el carrito, el shampoo.

- ¡Que padre! – Exclamé hacia mis adentros – ¡Agarra el shampoo y corre a las cajas! –

Ahí empezó mi dilema. Porque, dentro de una marca que me inspira confianza (ya que si se pueden gastar tanto dinero en publicidad es que les va bien), encontré una variedad denominada Pantenol. Estaba a punto de cogerla, cuando vi otra variedad de la misma marca, llamada Citrus fresh. Esto me gustó más, pues sería agradable tener aroma de cítrico fresco en el pelo pero me asustó la idea de oler a puesto de jugos de mercado.

Pero es que había más: otra variedad (siempre dentro de la misma marca) denominada Limpio y controlado. O sea, que el cítrico no era limpio. Éste sí lo era. Otra más indicaba: Suave, sedoso e hidratado. A estas alturas yo ya me maravillaba de la técnica que permite elaborar un producto de tales características. Una variedad más indicaba Sensitive. Esto sonaba ya a otro tipo de producto (y que no es precisamente para el cabello). Volumen extra era la promesa de todavía otra variedad del mismo fabricante de shampoo. El Extra Liso me hizo imaginarme con el cabello como baba de burro ahogado.

Y pregunto yo: ¿No podría hacerse un shampoo personalizado, como las pizzas en las que eliges los ingredientes, donde pudieras tener volumen extra, ser algo sensitivo (no mucho), llegar a lo hidratante sin necesidad de ser sedoso (por si no te gusta ser sedoso) u optar por lo fresco y cítrico?

Pero había más modalidades:

Relajante. Lo cual era un plus.

Rizos Firmes. De esta variedad podría prescindir, me dije.

Dos en uno. Esto ya colmaba el vaso de mi paciencia. Dos en uno, sí, pero ¿Qué dos? ¿El sedoso y el Extra Liso? ¿El cítrico y el controlado? ¿El volumen extra y el relajante? ¿O una mezcla de otras dos cosas ignotas aún?

Otra variedad del mismo producto prometía ser Anticaspa y otra más aseguraba ser Anticaspa Acondicionador.

Tras más de media hora de indecisión me marché de allí sin el shampoo, pero eso sí, con una barra de jabón Maja, de las de toda la vida, que te quema el pelo como si fuera ácido pero que, al menos, no te produce dolor de cabeza.