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Quizás les parezca irrisorio pero, para mí la ciencia siempre ha sido un gran misterio. Tanto, que de mi aprendizaje en la primaria sólo puedo recordar tres cosas sobre estos temas: que no hay que comer grasas saturadas, que si pones un frijol en un vaso con algodón y agua, germina y que la explicación de todas las deficiencias está a menudo en la cantidad de cromosomas que un ser humano posea. Por lo anterior, desde hace muchos años, aprendí de manera irresponsable y autodidacta que las mujeres como yo debemos tener uno de los dos últimos cromosomas (las famosas "XX" que determinan, entre otras cosas, el género) algo chueco o de plano, tirado en el piso.

Sin embargo, debo decir en defensa propia que mi cromosoma caído cumple su función con eficiencia y harta dignidad. Vamos, que no tiene grandes diferencias. A primera vista, las mujeres como yo somos iguales al resto. También sufrimos por amor, lloramos días enteros por ello, nos volvemos locas por los zapatos y soñamos con Clive Owen. Somos una más del montón. De hecho, si no nos hubiéramos comparado con amigas en la secundaria o hubiéramos visto programas de televisión de adolescentes, quizás todavía ignoraríamos esta diminuta invalidez.

El único efecto puntual del cromosoma caído es un grupo de anomalías en las “respuestas modelo” del propio género; es decir, que las mujeres que tenemos la equis comprometida muchas veces, reaccionamos de manera imprevisible y no convencional a ciertas situaciones genéticamente programadas para el sexo femenino. Este es un concepto ininteligible para quien no padece esta deficiencia, porque cada persona representa a su género a su manera. No existe una forma universal de ser mujer. Lo que existe es una serie de comportamientos más o menos ventajosos para interactuar con el sexo opuesto. Una fórmula probada que nosotras, las minusválidas del cromosoma X, no terminamos de resolver nunca.

Aunque hay muchos síntomas visibles, existen varios factores inequívocos para determinar si una mujer posee las dos equis funcionando correctamente:

El retoque de maquillaje: Antes de salir a una fiesta, las mujeres se maquillan. Algunas usan base, rímel, brillo para labios y otras chucherías; otras agregan sombra, y delineador líquido. Pero no conforme con haberse pintarrajeado en casa, además llevan un arsenal de pinturas apretujado en la bolsa para retocarse en la fiesta. Luego de un par de horas en el evento, se van al baño discretamente, se empolvan la nariz y vuelven relucientes, como una pared recién pintada. Las minusválidas como yo, sabiendo que debemos retocarnos el maquillaje, nos tiramos en el sofá y nos resignamos a salir en todas las fotos con la piel brillosa porque nos da flojera ir a pintarnos otra vez. O peor aún, no usamos maquillaje jamás.

Los festivales escolares: Si a una niña le dan el papel de duende de Santa Claus, o de militar de la Revolución o de uno de los siete enanos, normalmente llora. Pide ser Blanca Nieves o uno de los pajaritos; suplica de rodillas, hace berrinches, le dice a su mamá que no quiere ir. Nosotras, las del cromosoma caído, en cambio, estamos encantadas con el cinturón de balas o con los bigotes de peluche. Llegamos el día del acto con las cejas aumentadas con delineador negro, un sombrero grandote y la ropa de un hermano mayor; y sentimos pena por las otras chicas con sus amplias crinolinas, los sombreros de plumas y frutas porque apenas pueden moverse y están por desplomarse del calor en el patio central de la escuela.

Las fiestas de Halloween: Las mujeres normales nunca quieren vestirse de algo repugnante. Tratan de conciliar la consigna con el “sex appeal”. Si la fiesta es de terror, por ejemplo, las chicas van de vampiresa, de bruja o de “diablita hot”. En cambio nosotras vamos siempre de zombie, con los órganos por fuera o forradas en papel higiénico como momias. Elegimos lo que es más divertido u original sin tener en cuenta que vamos con una pinta desagradable, apestando a pintura de aceite, a una fiesta llena de hombres.

El código del vestuario: Las mujeres normales conocen los límites del vestuario. No van a un cumpleaños en “pants” por más tristes que estén. Porque si bien es cierto que es muy cómodo, proyecta en su entorno un holograma de desidia insuperable. Es decir, se puede usar en casa o para hacer gimnasia, pero no para salir de compras, ir a tomar el té o andar por la vida. Nosotras, las del cromosoma caído -repito- si bien luchamos contra este maldito hábito, al segundo o tercer día siempre volvemos a caer. Entre una cosa y la otra, volvemos a usarlo con total impunidad y descaro.

A pesar de todo lo dicho, no debemos confundir esta invalidez con falta de femineidad ni tendencias de machorra. No puedo explicar cuál es el límite concreto, y lo dije en un principio: “para mí la ciencia siempre ha sido un gran misterio”, pero no somos menos mujeres que el resto. A lo sumo, tenemos mayoría de amigos hombres, no sabemos caminar con tacones altos y somos más graciosas que el promedio de nuestro género. Es como matemático el asunto: Siempre hay que despejar la equis. Todos saben cuánto vale Y, pero la X... La equis siempre será una incógnita.

Texto agregado el 08-09-2015, y leído por 69 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
09-09-2015 Ese "Cromosoma caido" como tu lo llamas,hace que me simpatices como persona y como mujer.Ademas,escribes de maravilla,con una fluidez y estilo que invitan a leerte.Un Abrazo. gafer
09-09-2015 pese a todo vale la pena ese cromosoma X seroma
08-09-2015 Decidme, para qué registráis vuestros escritos? Creéis que alguien vaya a apropiarse de las estupideces que escribís? Vaya que sois tontaina. elvengador
 
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