Salir cinco minutos al descanso y oír
el suspiro cansado del compañero
que busca en la escalera el remanso
de la paz que no encuentra en el trabajo.
La monotonía se cuela en esas voces
que dan instrucciones -repetitivas- con paciencia
aunque alguna vez ésta se agote
y esperan con ansia la vuelta completa
de las manecillas imaginarias
para poder colgar el auricular
poniendo oído sólo al ruido de la calle.
A aquella niña que gorjea cual pajarillo
o la radial del tipo que trabaja
unos edificios más allá
donde la cansada vista del pc
ya apenas alcanza
a los coches que pululan calle abajo
llenando el espacio con su mierda
y aparcan donde quieren
porque es domingo
y ya se sabe que los domingos
están hechos de otras leyes.
Sentada en la terraza de la séptima
donde descansamos, o eso se intenta,
desconecto de los gritos y las quejas
olvido a veces más de lo debido
el tiempo de un cigarro
es la excusa perfecta
para contarle el marrón que te comiste
a alguien que te entienda.
Los cinco minutos que se agotan
otra vez vuelta a la jungla de esta guerra.

A pesar de todo (son)reímos
quien no es feliz es porque no quiere.