Niña solitaria que navegas por tus sueños, creando fantasías; así era la vida de Clarita, a sus 6 años jugaba con sus sombras, en una era la capitana de un barco dispuesta a surcar los mares más peligrosos en busca de aventuras, en otra una bombera donde apagaba el fuego de un incendio, salvando muchas vidas, jugaba con todo lo que encontraba a la vista y le daba utilidades que funcionaban de manera diferente en su mundo. Los sachets de shampoos que usaba su mamá los convertía en artefactos mágicos que vendía en un mercado creado por ella, su papá tenía una carpintería de ahí sacaba todo lo necesario para hacer grandes casas, todas amuebladas, nada se le escapaba, su creatividad no tenía límites. Cubría hasta los hermanos y amigos ausentes; aun así su corazón palpitaba aceleradamente cuando veía desde su ventana a niños jugar, la nostalgia desbordaba de sus ojos.
-Mamá no me deja jugar con ellos porque dice que todos son mayores, me pega cuando me ensucio, siento que no soy una niña buena.
El espejo reflejaba a una niña delgada, pálida en su color de ojos muy brillantes y penetrantes, cuando la pena le ganaba se imaginaba en un bote pescando sus peces imaginarios, se la veía en el centro del océano con las estrellas iluminándola, toda la constelación del universo para ella sola. Cuando salía de esos estados, ella volvía a ser feliz.
-No saltes así, pareces una chiva loca, te puedes caer; porque nunca me obedeces. ¿Sabes?, eres una niña malcriada, nunca me haces caso cuando te digo algo; es para tu bien.
Se iba la madre renegando por los pasillos de su casa, la pobre niña se limpiaba las lágrimas con la manga de su chompa, se sentía tan incomprendida. Solo en sus pesadillas descargaba todo su dolor, ella despertaba a sus padres con sus gritos. Un día su tía vino a visitarlos, traía en una canastita muy colorida a una perrita recién nacida. Clarita no podía respirar bien de tanta alegría, sus padres habían dado el visto bueno, Pelusa podía quedarse; así la bautizó la tía y a Clarita le encantó el nombre, era peludita, suave al tacto como un peluche. Sus días seguían siendo los mismos de antes, Pelusa ahora le daba un toque de felicidad a sus dos mundos, Pelusa siempre la acompañaba, era su fiel guardiana, la despertaba de sus ensoñaciones con sus ladridos y ambas jugaban hasta cansarse. Eran un solo latir en las noches cuando dormían juntas.
El tiempo pasa, se nota en nuestro cuerpo, en nuestro sentir y pensar; pero los recuerdos de la primera mejor amiga que tuvo esta niña queda ahora en la clara ya mujer. |