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No me pregunten cómo sucedió, porque no lo sé, aunque recuerdo muy bien los detalles. Fue durante mis días de facultad.
En esa época no imaginaba el vuelco que iba a dar mi vida; pensaba que luego de recibirme de psicóloga dedicaría el tiempo a escuchar los problemas de los demás. Pero claro, nada es seguro. Ahora la que hace terapia soy yo.

Todo comenzó cuando mi amiga Laura y yo fuimos a la biblioteca en busca de un texto que necesitábamos para un final. Recuerdo que esa tarde, luego de encontrar el libro, ella estuvo hojeando varios hasta que se topó con uno que le llamó la atención. Se titulaba: “Enigmas”; describía las historias de varias personas que habían vivido experiencias fuera de lo normal. Mi amiga leyó algunos párrafos en voz alta y yo reí burlándome de aquellos relatos inverosímiles.
Jamás pensé que iba a protagonizar una de esas historias.
Pasó en el año 2010; el cuatro de diciembre, para ser más precisa. Me acuerdo porque Laura cumplía años.
Ese día me desperté temprano, abrí la puerta del dormitorio y noté que todo se veía distinto. Las paredes que antes lucían un blanco inmaculado estaban pintadas de verde limón. En lugar de las reproducciones de Monet, había fotos de un hombre que yo no conocía. En una de ellas posábamos abrazados, y en otras apenas logré reconocerme enfundada en un vestido negro ceñido al cuerpo. Ingresé a la cocina; el mobiliario me era completamente desconocido. La loza blanca había sido reemplazada por piezas de color azul brillante, en lugar del austero reloj de pared, se veía un gracioso almanaque que indicaba el día, el año y el mes. Tuve que mirarlo varias veces. Era el cuatro de diciembre del año 2015. Imposible. Si no hubiera sido por lo extraña que resultaba la situación hubiera reído.
¿Había pasado tanto tiempo? Por supuesto que no. Tenía que haber un error.
Decidí darme una ducha para despejar mi cabeza. Salí del cuarto de baño asombrada por la colección de sales, esencias y perfumes de todo tipo. Me envolví en una bata de toalla amarilla (no encontré la blanca) y tomé asiento en la sala de estar.
Cuando sonó el teléfono respondí como una autómata. Un tal Federico se dirigía a mí con palabras acarameladas. Corté.
Fui hasta la heladera; al abrirla encontré comestibles de bajas calorías. Era raro porque yo no estaba a dieta. Extrañada, elegí un yogurth dietético, tomé una cuchara, y me dispuse a comerlo mientras pensaba qué estaba ocurriendo.
Federico llegó en ese instante con alegría inusitada. Me dio un ligero beso en los labios, y pidió que me vistiera porque nuestros amigos nos esperaban para festejar el cumpleaños de Laura. Lo miré sin comprender, pero su energía era tal que ni siquiera notó mi desconcierto.
No atiné a decir nada; me hallaba en estado de shock. Le seguí la corriente tratando de hacer memoria. ¿Quién era Federico? Salvo en las fotos que estaban por todas partes, nunca lo había visto. No pude preguntarle nada; estaba demasiado sorprendida. Fuimos hasta el vestidor; él eligió un vestido negro y dijo que ese era su favorito.
En unos minutos estuve lista. Ya en su automóvil, quise regresar porque había olvidado mi bolso.
Ingresé al departamento y me dirigí al dormitorio. Apenas entré experimenté un ligero malestar. Sobre la cama estaba aquel libro. Lo tomé.
Recordé que Federico me esperaba; salí del cuarto y cerré la puerta.

Pasaron casi cinco años desde ese evento. He avanzado bastante haciendo terapia; descubrí que mi verdadera vocación es la docencia. Hice un profesorado de historia; ahora doy clases en una escuela de la localidad. También superé algunas fobias. Ya no siento tanto temor al abrir y cerrar la puerta de mi habitación. La ansiedad hizo que subiera de peso, por eso estoy planeando hacer gimnasia y comer más sano.
Mi terapeuta trata de tranquilizarme. Dice que muy pronto encontraremos una explicación para los sucesos de aquel día y sabremos por qué cuando atravesé por primera vez la puerta del dormitorio mi vida cambió; también la razón por la cual la segunda vez todo volvió a la normalidad: de nuevo sola, viviendo en un sitio blanco y triste.

Yo confío en él. Mañana es jueves; espero impaciente nuestra sesión. Tengo que contarle que compré loza de color azul y estoy pensando pintar mi departamento con algún tono más luminoso: un verde claro tal vez.
Y lo más importante: hace un par de horas, en una reunión, mis amigos me presentaron a Federico.

Texto agregado el 02-09-2015, y leído por 313 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
16-09-2015 Dicen que el amarillo trae mala suerte, pero al parecer, ese no ha sido tu caso. +++++ crazymouse
03-09-2015 Original, entretenido e inverosímil. Suculentos condimentos para esta bien contada historia. 5* Clorinda
03-09-2015 Cambiaste de época, querida, luego volviste... uy, me encantaría hacerlo!! Me gustó mucho tu narración, en forma y fondo. Un abrazo. gsap
03-09-2015 premoniciones que encierran enigmas seroma
02-09-2015 Te fuiste en el tiempo y volviste, algo normal, jejeje... MujerDiosa
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