Por esas cosas que tiene la vida, nunca se había concretado.
Eran amigos, siempre lo fueron y siempre lo iban a ser: eso estaba clarísimo.
Pero él, como hombre (que no podía evitar serlo), siempre pretendió más de ella.
Y le daba rabia, bronca. No con ella: con él mismo, con sus hormonas, con su genética, por aquellas malditas interacciones químicas en su cerebro que lo empujaban inevitablemente a desear "algo más".
Y lo intentó. Varias veces lo intentó. Hasta que un día se dio cuenta de lo estúpido que había sido: estaba todo en su cabeza. Jamás dijo ni hizo nada lo suficientemente claro como para que ella supiera que él lo estaba intentando, siquiera.
Fue entonces cuando tomó coraje y comenzó a acercarse, lentamente, con calma, pero perseverante. Ella era hábil ("qué buena jugadora", pensó él... y más se sintió atrapado por sus encantos), y evitaba cualquier situación comprometida. La llegó a ver (y se lo dijo) como "una gata caminando entre espinas".
Y ambos rieron.
Vaya a saber por qué, luego de eso algo cambió y todo fue más distendido.
Como si ambos supieran de qué estaban hablando... o no hablando a veces.
Y él juntó todo ese coraje que en su vida jamás había logrado reunir y le planteó todo. Todo, todo. Así, de golpe. Delicada y respetuosamente pero sin echarse atrás. Y la miró fijamente esperando una respuesta para una pregunta que nunca hizo pero quedó absolutamente implícita.
Y ella, sonrojada, descubierta, adorablemente tímida y en voz muy baja, le dijo: "Yo también".
De más está decir que pasaron el resto del día como dos adolescentes, en las nubes, disfrutando de una amistad que ya era eterna pero ahora con este encantador agregado, que sin dudas iba a concretarse esa misma noche.
Y así fue. Se despidieron ambos con sonrisas inmensas, aun tímidos pero muy felices, y jadeando entrecortadamente por la emoción de ese contacto tan íntimo, tan físico.
Y mientras él caminaba hacia la parada del ómnibus, iba tarareando canciones románticas, y recordando cada detalle de ese acto, de esa concreción que tanto tiempo había soñado y esperado: ese increíble, apretado, estremecedor y eterno abrazo que se dieron tan solo 10 minutos antes. |