LA HISTORIA SECRETA DE UN PIEDRUNGO MESTRANERO Y SU NOVIA MARIANELLA
A Lorena Bobbit
Mannasas,Virginia (EEUU) Abril 3- La ecuatoriana que fue hallada temporalmente demente hace cuatro años cuando cercenó…
Contraídas sus maclovias avanzó tilintunante a recoger sus mirasongos. En sus triestes de bolena se insinuaban inquietantes los rastros de sus calingas que potrufaban macidas entre sus chasquis roídos; requeteando las calegas de sus piros falmeteados, triscò los conchos dormidos, soltó amarra de sus canchis y traviando las quinquillas merfeseadas de quintanos, recaleteò los triladios de sus cansados listongos.
Durante el traqueveni, pifisiaron en su mente pitroncos de orgullo herido; truncas bestes que a veces no entiende. Retumando los bronteanos y chaleando minfurelas, nudillò las maderas de sus fronteras migrosas: vio el bigote chiringo de pasados troqueles y los ojos marroneros que friscaban sus quenteños. Lo conoció chiuchazo, andropingo y putañero, traqueteando piedruzcos de milonga en la quincha malfarera de sus días; le abrió los copos de sus trancos enternidos bajo la noche tirilante de abril y enfrescando sus longineas en calastros de mágica falingea, rezumaron como fuego, las huestes lengulares de sus adormecidos lintrongos. Noche tras noche trebolaron infinitos resquejos de mirmiñas, cobijados bajo el troer de los liranchos, embelesados tientos de milios y aguaqueros, de serbios y fontanas. Tanto se abrecolaron que quien los chineara, trisaría de verde sus desiertos y al compás de trinias rumbamberas himnearìa un canto a la esperanza.
¡Telofòn de medio sebo! ¡Troncho que no dura aunque caliente el volcanero¡ Mefisiando las coliandras esos ojos marroneros trincaron su distonja lejos de la Marianella.
Invernando en la truesca de sus horas, tejió pirinchos en un compás de espera, petrufando entre cutridas malevas, retejos de mingas altaneras; solfoneò sus cantros enbelidos al no volver el quentro de sus trismus y trilando la chaira morfosera se encaminò a buscar al pitrifundio. Lo querenchaba mofostro tanto, que rejurò ante la virguncha macanera, que el pipilungo frugal de sus antojos, no fletearìa en otras fermaseras.
Lo encontrò traviando frescas libias y feculando quintinias de foresta en el Trinton de Otonio. Lo sabìa arrechingo, tirfurero y colondron. Perfiriando, las puitrincas se movían liviniando por la pelambre sudosa del andrògino mitricundo. Troica orgiástica finfirella de culiantros porcelana, que agitando las mastreras removían los escombros del agotado machongo; las bucongas de las vestas pilutifaban ardientes ninfomanticos chubascos sobre la prenda dormida, pero el fulìn melfeteado no respondió a las caricias por el trajín desbocado.
¡Trinca la Meca! – gritó la Marianella mientras espefulaba a las chucuruncas.
Salondròn, que asì se llamaba el piedrungo mestranero, litricò la sesera de su tutuma fulanga, buscando en los merendechos de sus corinjas pasadas, ese rostro pimpinella de tuliados mirindongos. Miró el cuerpo rumboleado por hermosos recumbecos y sintió que los quelanchos, pitrifundios amestados, fenixiaban vulientes como potros litunqueados. Marianella, molfoteando los botones de su blinca, arretò los corpiños filungenos, mostrando el tersor de sus cutrincas de rosados pilinchos y turgeados fenleños. Estriptiando cada plinio de su cuerpo endiostralado quedo nuda tintiliando las fibruscas del amado.
¡Tralustio de sol y luna, firfuña de quilon maduro, que enrrostre la de éstos chingos vigoreando su fortuna ¡
Tronqueando tira a turimba
turimba tira a turon
turumbiando, turumbiando
turimba tira a turon
Ya casi amanecía cuando traspuso las puertas del hotel y tomaba el autobús. La ruidosa ciudad la sacaba de ese mundo confuso y casi incomprensible que había vivido las últimas semanas; cubierta con ahumados anteojos reclinó la cabeza sobre la ventanilla meditando lo difícil que era aceptar el descubrimiento de no saber perdonar. Sin embargo, poco duró la lucidez, volviendo a nudillar las fronteras mistongas de sus últimas horas. Recordó que en un momento del traqueteo minfurèllico, comprendió que su pitrifundio mestranero volvería a traviar frescas libias y a fletear en otras fermaseras. No podría soportar nuevos pitroncos de orgullo herido. Fue por eso, que en un impulso trinquiliado aferró la chaira morfosera y tomando entre sus manos el pipilungo amestado, lo triscò de un solo tajo, mochando para siempre al tirfurero, cumpliendo su promesa a la virguncha macanera...
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