BENDITO ADAGIO PARTE XI

Que más podía pedir, un cielo iluminado, el eco del romance que despertaba mis suspiros, Yo, prendida del encanto perdida en su mirada.

Terminamos en una agradable tertulia de sala, con unas tazas de café, que Marina nos había preparado; dejó unas galletitas de maíz, un plato de quesillo, un pírex de higos en almíbar.

¡Porque no invitaron a la fiesta! Exclamó Javier.

Ven siéntate a mi lado, le dice Augusto. Primo pero que animoso y feliz te veo, mira Andrea, aquí tengo para reírnos lo que queda de la noche y toda la madrugada; mira esta foto.

Las risas continuaron, cuando caí a la cama tenía dibujada una gran sonrisa.

¡El gallo!; olvidé lo temprano que se despierta en casa de Javier.

Obvié el despertador natural y seguí durmiendo; pasó un tiempo, me despertó un llamado, señorita Andrea, soy Marina; pasa Marina, si desea, le subo el desayuno. La familia ya está compartiendo en la mesa; tiré todo, me hice una cola en el cabello, bajé a toda prisa.

“Buenos días”; la amabilidad se hizo notar y no hubo ninguna queja, no usaron ese dicho tan común, que sí usan en mi familia “Andrea se te pegaron las sabanas”

Me senté, mis soslayos capturaban el amoroso conversar de Amanda y Lucas.
-¿Dormiste bien? preguntó Javier.
-Muy bien, respondí
En una voz cálida, varonil y dulce ¿Andrea todo bien?

Alcé mi mirada y al parecer no solo fue la mía, todas las miradas eran para nosotros; él mirándome y Yo, con un semblante mustio, sencillamente respondiendo, “sí”, ocultando mi sonrojo.

Pasó la mañana de domingo; mis ojos poco disimulaban, eran los desobedientes del año; buscaban a Augusto.

Javier por otro lado; insinuaba ¡te está buscando!

-Mira hacia allá, Javier le alzó la mano. Él venía hacia nosotros, en un caminar lento, la seducción no llegaba de un estereotipo físico; era su mirada.

¿Acaso las miradas son parte del cortejo? me preguntaba, algo me estaba pasando, las mariposas estaban regresando.

Después de la comida, se avecinaba nuestra partida; en un pestañeo perdí la mirada a Augusto; no lo hallaba.

-¿A quién buscas?

-Javier me diste un susto.

De pronto, se oyen reventar las tarolas; Javier es tu…, sí mi madre, olvidé contarte que ella baila muy bien la Marinera.

-¡Mira hacia allá!

La señora Luisa, con pañuelo en mano y llegando muy cerca de ella, la figura de Augusto sobre un hermoso caballo; dando inicio al baile bandera.

Con sombrero y traje blanco ¡no lo podía creer!, estaba embobada; estaba totalmente seducida. Una y otra vez la madre de Javier alzaba el pañuelo, mecía el vuelo de la falda y coqueteaba ¡como coqueteaba!, sus pies ágiles acariciaban el pasto.

¡Qué ritmo!

¡Bravo! Javier y todos exclamábamos.

Llegaron las felicitaciones a la madre de Javier; cuando Augusto descendió Amanda se colgó en un abrazo; la señora Rita lo llenó de besos; él tío Pedro estaba más que contento.

¡Yo!

Estaba embelesada; ambos nos acercamos, sonrientes lo abracé.

-Felicidades Augusto bailas lindo.

-Gracias Andrea; ¿Cuándo me haces el honor?

-¡Yo!, soy mala, tendría que tomar lecciones de baile.

-¿Te puedo enseñar?

Suspendimos nuestras miradas con el brillo del sol y el silencio del campo.

La tarde no podía darnos un mejor regalo de partida; un hermoso ocaso que moría junto a nuestra despedida.

El sol murió, pero nació la noche y con ella nuevos suspiros.

Continúa…

Krisna