Evocar un recuerdo, rodearme de él y construir mi nueva realidad, contigo... sin ti.
Primavera de 1998.
¿Volver a criar yo? - pero si no es el momento. Ya tengo dos hijos que están estudiando y mi trabajo.. ¡Por Dios! Este embarazo lo cambia todo.
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Acomodarme a la idea de ser nuevamente madre me tomó un par de semanas, y es que la noticia de un nuevo bebé desarmaba todos nuestros planes del cambio de casa, mi carrera profesional y el tiempo que teníamos para cada uno de nosotros. En fin, modificaciones del trajín diario, del ir y venir al que estábamos acostumbrados. No obstante, la alegría de recibirle se fue instalando en nuestros corazones.
Las primeras semanas fueron un transitar por el más amplio abanico de emociones y vivencias. Sentirme creadora de una nueva vida, sumado a la dulce incertidumbre: ¿Será un él o una ella?
Al primer control fui acompañada de mi marido, parecíamos chiquillos que se enfrentan por primera vez a la aventura de ser padres. Sin embargo, al segundo control, el resultado fue un golpe profundo y aterrador: El bebé viene con problemas, tiene espina bífida. Recién tras el nacimiento se podrá determinar si se trata de meningocele o mielomeningocele. (siendo la segunda la más grave) - Dictaminó el doctor.
No hay palabras que describan la devastación en la que se ve sumergida una familia, tras un diagnóstico que más que diagnóstico es una sentencia.
Los meses se sucedieron lentos, dolorosos. Es posible que ella muera al nacer, ¿Ella? ¡Sí. Ella!¡Es una niña!… Mi niña.. mi niña valiente… ¿Por qué tú, mi angelito inocente?
Tuve luchas, luchas espirituales inmensas, pero eso queda entre Dios y yo.
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El temido momento del parto llegó. La atmósfera era electrizante. De pronto, aquello que aparentemente era dolor absoluto, se transformó en algo increíblemente bello. Sin duda no se trataba de alguien totalmente humano, sino de un ser místico que había llegado a la tierra para darnos, a mi familia y a mí, la más fuerte de las lecciones; luchar, luchar por cada bocanada de vida.
Mi niña sobrevivió al parto y tras la luz y alegría de sus ojos era posible leer el dolor que le significaba cada respiro. Su sonrisa ocultaba un sufrimiento físico constante. Vivió hospitalizada. Siete operaciones de hasta ocho horas de duración no le salvaron de su destino, pero al menos le dieron la mejor calidad de vida posible.
Al despedirse, su mirada respondió todas mis interrogantes. Con ella simplemente me dijo: Yo volveré.
A Stephany 1999-2002.
M.D |