Una tarde oscura era, cuando él regresaba a casa, bajo la lluvia. Su caminata cabizbaja lo delataba, pues se consideraba un torpe poeta falto de pasión. Él no comprendía el porqué de su pérdida. Hubo una época donde sus escritos solían cautivarlo hasta las lágrimas, pero ya no más. Su pasión lo abandonó y tan solo como un lobo abandonado por su manada quedó. Caminaba con la mirada en el piso sin saber qué mirar; el aire golpeaba su rostro bruscamente, haciéndole recordar el dolor que su corazón sentía, como cuando su madre lo abofeteaba al hacer algo que no debió. La lluvia caía sobre su cabeza descubierta, gotas heladas resbalaban por su frente hasta sus tristes ojos, pero no se cubría, dado que estas podían disimular las lágrimas que caían por hacia sus enrojecidas mejillas. Su caminata se asemejaba a la de un criminal inocente caminando hacia la horca. El gran vacío en su pecho lo asustó en un principio, pero a lo largo de la caminata lo llego a aceptar. Pensó que ese era su destino: permanecer en soledad.

No fue a más de unos minutos después cuando sintió una luz en la colilla izquierda de sus ojos. Lo sorprendió y volteo. Una cálida brisa calentó su helado rostro, pero no alcanzó a ver de dónde provenía. Secó las lágrimas de sus mejillas volteo completamente y allí fue cuando la vio. ¡Qué bella se veía! A pesar del triste paisaje. Estaba sentada en una banca en lo más alto de una pequeño monte verde. Ella estaba leyendo algún libro sobre quién sabe qué con una expresión entre sorpresa y preocupación. Él sentía como si, de alguna extraña manera, no lloviera en esa pequeña parte de la pradera. Era como si ella irradiase luz, calor y dulzura de su ser. Al verla, él sintió que una gran fuerza lo había golpeado en el pecho y por poco cae al suelo. Sin embargo, la extraña expresión de aquella chica le causó tal gracia al triste escritor que después de mucho soltó una carcajada. Extraña reacción, pero este era un extraño sujeto.

Aquella risa hizo perder la concentración de la hermosa chica, por lo cual levantó la mirada y allí fue cuando lo vio. Un chico completamente mojado por la lluvia con la mirada tan tierna y, al mismo tiempo, llena de tristeza. Sin embargo, ella notó, bajo toda esta apariencia, el valor que este poseía. Lo vio fijamente y notó las señales de haber llorado cual bebé solitario.

Ese momento, él quedó paralizado tal vez por miedo, vergüenza o quizás por la belleza de aquella chica. La había visto de frente. Unos ojos color caramelo que, de alguna manera, tenían un brillo tan especial, el cual sólo había podido apreciar en sus mas tiernos sueños. Tenía unos labios con una forma similar a la de un corazón. Sus cabellos humedecidos por la lluvia le daban un aspecto tan sensual y esto lo dejó sin aire por unos segundos. Podría seguir describiéndola durante horas y horas sin parar, dado que su hermosura era infinita, pero sería suficiente con decir que esta chica era tan hermosa como observar un atardecer al lado de alguien a quien amas.

En ese preciso momento, por alguna razón, ella se levantó de la banca y los dos jóvenes cruzaron miradas. Esto fue suficiente para hacer latir tan fuerte sus corazones, que por poco huyen de sus pechos para poder fundirse por siempre. Dejó de llover y aún seguían mirándose sin saber qué hacer. Él comprendía que las palabras sobraban. Ella sonrió y en este instante supo qué era lo que debía hacer.

Caminó hacia ella sin dudarlo, la miró fijamente, pero esta vez estaban a unos pocos centímetros. Ella se sonrojó y bajo la mirada como buscando algo. El siguió su mirada y logró observar el libro de la chica tirado en el suelo. Lo recogió inmediatamente y se lo entregó con una sonrisa. Sin darse cuenta, toco su mano. ¡Qué cálida era a pesar del frío que hacía!

La miró nuevamente, aun tocando su mano, ella lo miró y así empezó una historia que nunca termino.