De un tiempo inmemorial que guarda,
Celosa en su redondez calcárea,
Sus miles de silencios ancestrales
Que se cobijan en sus pétreas aristas,
Me observa callada, imperturbable.
Sabiduría de aguas profundas
Que entraron por sus fauces otrora,
Le otorgan la suficiente arrogancia,
La firme serenidad pretérita
Para hacerme saber contemplado
Sus gastados bordes marroneados
Son arenas detenidas que se pierden,
Hacia dentro de su corazón, hoy vacío,
Para plasmar marinos colores azulados
Vacía cuenca que me examina
Su pie, negro de aguardar andanzas,
Retorcido en un visceral enredo,
Quieto ya de profundidades recorridas
La sostiene firme, altiva y señera
En su amenazante puesto de vigía.
Guarda en su seno una muesca,
Profunda, lateral y vieja herida,
Su suave cuerpo munido de quietud
Anidaba en ella y hoy su ausencia
Su vacío, otra ausencia me señala
Superpuestas capas de la vida
Le forman, ordenadas, laja sobre laja
Capa sobre capa, obedientes, fila sobre fila
Su exterior de antiguo animal marino,
Que en queda actitud me aguarda.
Me pregunto si habrá logrado conmover
Su inalterable memoria de los siglos,
Alcanzada quien sabe en que comienzo,
Quien sabe en que abismos, en que simas
Tu mano al separarla de la tierra.
La misma quietud que perturbaste,
Cuando de salados confines fue quitada,
Arrastró consigo, incansable, laboriosa
Hasta ese pequeño rincón de mi biblioteca
Desde el que hoy, con esmero, me adueña
Todo aquel que a mirarla se atreve
No ven en ella mas que una simple ostra,
Petrificada ostra de ostroso lucimiento,
Son mentes que no observan, son ojos que no ven
La huella de tu mano, el perfume de tu piel.
Y si no ven esto, que es tan evidente,
Como pedirles que vean, que sientan
Que escuchen, palpiten, comprendan
Lo vívido de tu presencia, de tu voz
Diciendo simplemente: la tomé del mar
Y la ostra, antigua, vetusta y macerada,
Cobra el sonido de tu risa, y fiel lo guarda,
Atesora el brillo de tus ojos, y lo oculta
Y luego me lo obsequia, para que a solas
Pueda recordarlo, disfrutarlo, tenerlo, amarlo
La huella de tu mano, el perfume de tu piel
El sonido de tu risa y el brillo de tus ojos
El blanco de tus dientes, el roce de tus labios
Tu presencia, toda tu presencia, toda ella entera
Gracias a la ostra, todavía hoy conmigo tengo. |