Se movía lentamente por la habitación y recorría una y otra vez los lugares en que había buscado, con cada minuto que pasaba se desesperaba un poco más "donde diablos me he dejado las pastillas" decía entre dientes con el cuarto revuelto de pies a cabeza, movia libros, tiraba botellas y arrugaba la ropa que encontraba a su paso. Llevaba toda la mañana en esa impecable rutina, aun sin resultados, se iba a una esquina y movia todo lo que podía con un brazo, pero el frasco de comprimidos se negaba a aparecer.
Todo había comenzado hace tres años, un lunes en que simplemente se le olvidó ir al trabajo, pero nadie lo tomó por algo reelevante, hasta que al siguiente mes se olvidó de comer por dos días y se desmayó camino al trabajo provocando un terrible accidente vial. Sus hijos, que ya no vivian con el, no se preocuparon por su deterioro hasta que fue remitido a las autoridades por salir desnudo a la calle, por supuesto él aclaró, no haberse dado cuenta que estaba sin ropa, desde ese día se jubiló y se le incapacitó para cualquier actividad que no fuera dentro de cuatro paredes, sus hijos que no disponian de tiempo para cuidarlo y se rolaron por turnos para visitarlo en su casa cada tercer día, sin embrago, se vieron en la necesidad de visitarlo diariamente desde el dia en que Rosa, su hija menor, lo encontró en la tina de baño, arrugado e inchado de agua helada, un brazo rojo raspado de tanto tallarse con la esponja, según ella, el viejo habia entrado a bañarse la tarde del martes, una vez limpio salió de la tina y al quitar el tapón para dejar correr el agua no se pudo acordar si estaba entrando o saliendo de la tina y para no equivocarse volvía a llenarla para volver a bañarse, la escena se repitió un sinfin de veces, hasta la mañana del miercoles.
Ese día era justamente miercoles y en cualquier momento Rosa aparecería por la puerta con la comida caliente y su ropa limpia. Le recoraria las puntas del bigote blanco y le engomiaria el cabello, por supuesto pondría en su lugar todo lo que ha desordenado y encontraría de una vez por todas las pastillas para la memoria. Pero él no recordaría que era miercoles.
Hizo un pausa para ordenar sus ideas, se dejó caer en el suelo de madera y una pequeña pildora rodo por su frente, sin dudarlo se la llevo a los labios, paso por su lengua y la trago ayudandose de la saliva.
Desde su lugar, desparramado en el piso, podía ver los retratos que parecian verlo con lastima, excepto por uno, aquél de una mujer sentada en una silla sonriendo y reluciendo los incomparables ojos grices que había de reconocer desde el primer día que los vió, el retrato de su esposa muerta desde hace cinco años a causa de hepatitis. Aquel retrato le daria un pequeño momento de lucidez para recordar el paulatino cambio de aquellos ojos grices hasta quedarse en el definitivo y ultimo amarillo ambar con que falleció, le recordaria que alguna vez amó a esa mujer sonriente y que tiene hijos y que nadie estaba ahí para ayudarlo y que ahora debía valerse por si mismo para encontrar el frasco de pastillas. Se levanto con mucha dificultad para seguir con su campaña y al apoyar los pies escucho crujidos que dejaron una estela blanca en el piso. Aquel dia no llegaría Rosa, tampoco encontraría en nunguna parte las pastillas, él sería encontrado hasta el jueves revolviendo los objetos de la habitación pisando polvo blanco y sonteniendo en su mano izquierda un frasco vacio. |