Nadie creería que esta, ahora, inofensiva llovizna, fue el aguacero de ayer. Las calles inundadas, la gente corriendo por todos lados, los truenos y relámpagos rompiendo el silencio en la noche, despertando perros, disparando alarmas, como un niño que grita por su pecho, desesperado. Parecía destrucción, caos, angustia.
Un paraguas tomó un acto de rebeldía y aprovechando el soplido de Apolo, se puso a nadar por las calles, cual góndola veneciana, cumpliendo el sueño que jamás habría de cumplir.
Los árboles movían sus ramas en señal de alegría, "Los humanos y su suciedad al fin están siendo purgados, igual que nuestros dedos manchados por las humaredas de vuestras chimeneas".
Y yo, aquí, en la ventana, viendo como amainan las gotas para ser solo el rocío que mañana lo quemará todo, congelando cada cosa que haya tocado.
Esa llovizna pequeña, suave, que hace que mi alma dance de alegría al saber que la sequía en mí, al fin se ha acabado. |