Después de los extramuros
de mi mente nada existe; Nada queda.

¿Quién te dijo que tus ojos
eran mis ojos...?
¡Quien asegura que veas a mi semejanza
a ese animal amarillo que alumbra,
del mismo modo que profundas
en el rastro del oro luminoso
que adivinas tras mis retinas!

Pero nada existe más allá del extramuro, insisto;
Excepto...
esa poesía rodando de entre los dedos
como una moneda hecha solo de frágil viento,
o ese pájaro tullido,
huido entre los maizales creo que herido,
vivo o muerto,
en ese albur de improbabilidades
que siempre es misterio;
O la ofrenda implacable y sangrienta de la hembra
antagonista acérrima de la muerte
que besuquea mi pecho,
libidinosa;

Ni siquiera existe la caricia que está por venir
junto al tiempo aquel;
Ese, el que nunca llega.
...Que nunca llega.

Después de los extramuros
de mi mente nada existe; Nada queda.
Solo tú me observas
y entonces todo, extrañamente todo,
se reconvierte a la más pura y desconcertante realidad.