Estoy encerrado, al igual que todos los demás, pero mis condiciones son infrahumanas. En mi celda respirar es un suplicio, me asfixio. El dolor del que soy victima en ella me hace desear la muerte. Todo duele y donde quiera que mire hay putrefacción. Hace tiempo que deje de sentir pena por mí mismo para sentir vergüenza y humillación.
Desde mi encierro puedo ver a los demás prisioneros, que me miran con asco, repulsión y algunas veces con lastima. Yo los envidio.
Escucho una risa, levanto la vista y miro como un hombre joven se jacta de mí con su apariencia de modelo. Tiene los hombros anchos, es alto y su rostro es angelical. Su prisión es realmente hermosa. Quiero estar en el lugar de él, deseo ser como él, deseo sentirme libre estando cautivo en aquella perfección, creer que soy un cuerpo, sintiendo orgullo de mí mismo. Pero la realidad es otra, no puedo escapar de mi deformidad, soy una aberración a la realidad y no hice nada para merecerlo. Sufro cada vez que me desprecian, rechazan o humillan. Sufro la mayor parte del tiempo. Pero ¿sabes qué? , si quieres torturarme hazlo, pero recuerda que quizás la próxima vez te toque a ti estar en mi celda.