Circulo tras circulo, figura exacta, perfecta. Pulsación tras pulsación. Estas formas en el agua son acto reflejo a los golpes que la vida le da al lago, y que el lago asume como su destino. Y no tiene otra forma de mostrar su miserable conformidad que emitiendo estas hondas perfectas, circulares. Podrían ser cuadradas o de cualquier otra naturaleza, pero no, se forman círculos únicos que se superponen los unos a los otros. Se expanden, se envuelven entre sí. No hay principio, no hay final. Círculo infinito, vicioso. Cada uno es consecuencia del anterior. Empecemos por el final y terminemos por el principio. Ouroboros nos observa hambriento, yo viajo para tratar de evitarlo, es lo mismo que esperarlo sentado. Me muevo expectante entre estanterías de babilónicas bibliotecas que albergan el conocimiento de un tiempo pasado. Echado, tumbado, o abrazado de algún amor furtivo me esfuerzo por entender mi presente, la realidad que me ha tocado presenciar, disfrutar u odiar. La esfera de cristal que baila por mi cuerpo, esa que se mueve desafiando leyes newtonianas, me cuenta al oído acerca de un futuro cercano, luego descubro en las nubes el arcano privilegio de adivinar el porvenir.
Todo al mismo tiempo.
Ouroboros es un ser omnipresente, que sangrante esta aferrado cual candado a su propio destino, a su final… a su comienzo. Saciando su hambre con su propio ser. El círculo es perfecto, redondo, sin final, sin origen. Que curiosas las figuras que emanan del lago cuando saltas en él, círculo tras círculo… pulsación tras pulsación. Yo te observo, te doy forma con la mirada mejor dicho, pues eres el punto de donde parte ese radio que se repite, esa onda que se superpone a otra, y a otra. También eres otro punto, ese círculo diminuto que encontraras al término del texto que estás leyendo, pero recuerda que no se ha acabado, solo ha vuelto a comenzar. |