Selló su destino y le contó el secreto. Se volvió hacia la pared y se quedó observando la nada, en su mente quedó sólo el vacío de pensamientos muertos y ansias dormidas.
El nuevo poseedor del secreto no pudo hacer nada por unos largos 10 minutos, luego se volvió y cerró la puerta tras de sí y quedó mirando hacia un horizonte poblado de nubes borrascosas.
Escuchó una risa y lo olvidó todo, no era posible para su conciencia el procesar una verdad paradigmática, que remecía, cual cataclismo, todas sus creencias. ¿Quién estaba riendo? Buscó alrededor suyo hasta que vio el origen de las risas: una pequeña niña que observaba gozosa una ardilla juguetona que miraba golosa el alfajor que la chica tenía entre sus diminutas manos.
¿Tenía sentido que alguien riera cuando el terror rondara tan cerca? ¿Cómo es posible que alguien pueda reír cuando el mundo se derrumba a su alrededor? No, sólo se derrumbaba para él, no para ella. Para él todo se iba oscureciendo, mientras para ella todo se llenaba de alegría.
La lluvia estaba cayendo en finísimas gotas, de forma tan sutil que apenas parecía mojar las hojas de otoño. Miró hacia el sendero, ése que por un lado llevaba a unas mazmorras, por otro llevaba a una pradera plagada de serpientes, y por allá llevaba hacia el restaurante, que ridículamente solo, se presentaba ante él convidándolo a tomarse una merienda. Su elección fue sencilla y obvia: el restaurante. Loco es el que no come antes de emprender una aventura, y siendo previsor supuso que había que prepararse para un recorrido que estaría lleno de problemas, el hambre debería ser uno de ellos, por lo que mejor comer que perecer.
Caminó 2 pasos y se volvió. No estaba la niña, ni la ardilla...espera un momento, tampoco había casa, ni ese hombre que le reveló el secreto. Bueno, era de suponer que la realidad comenzara a cambiar luego de tal revelación y no le sorprendería, la verdad, que hasta el sendero desapareciera y él cayera a un abismo insondable de iniquidad.
Tuvo miedo, o por lo menos eso creyó al sentir como se le erizaban los cabellos de la nuca y cómo se le paralizaban las piernas, pero sabía que era más que eso. Ni siquiera el terror de la muerte inminente podía ser un punto de apoyo para su comprensión del asunto que se estaba desarrollando alrededor suyo. Ahora era el centro de un nuevo universo, y todo giraba como si él tuviera la masa de mil hoyos negros de materia oscura.
Materia oscura. Ahora se daba cuenta el porqué los científicos no daban con ella. Era tan obvio, tan alcance de la mano, sólo le bastó el empujón del secreto para que todo engranara y tuviera sentido. |