El General esperaba la llegada del camión. Una bomba atómica era transportada en su interior. Estaba nervioso, ya que el camión era conducido por un recluta. Y si esa bomba caía en las manos equivocadas… buenos, sería un desastre. El General sería despedido. ¡Ah si! El mundo también quedaría expuesto a la destrucción, aunque ya de por si está destruido.
Pero eso era lo menos importante. Lo que importa es que el General estuvo esperando el camión, pero este nunca apareció. El general se cansó de esperar y decidió irse. Unos segundos después un soldado asomó la cabeza por la puerta principal del campamento. Miró a ambos lados. No había señal alguna del General. Entró de puntitas y se escondió detrás del asta de la bandera. Después, cuál espía como James Bond, hizo una acrobacia para terminar escondido detrás de un árbol. Usó sus binoculares para buscar un mejor lugar donde esconderse. No quería que el General lo viera. No quería afrontar las consecuencias de lo idiota que había sido. Porque díganme, ¿a que clase de idiota se le ocurre dejar las llaves en el vehículo, sabiendo lo peligroso que transportaba en su interior, para ir y comprar un helado? ¿Adivinan? ¡A él…! pero si que valió la pena. El fue el comprador mil y, como premio, le regalaron una bola extra de helado.
En fin, divisó su cuarto, a unos 5 metros de distancia. Comenzó a dar pasos largos y lentos. Estaba cerca de cumplir su objetivo. Solo era cuestión de abrir la puerta y…
-¡Ah, ahí está soldado!
Se detuvo. Era la voz del General. Tragó toda la saliva que pudo. Estaba muerto. Se dio vuelta asustado.
-¿Cómo es que entró sin que lo viera?
-Bueno yo…
-Olvídelo, eso no importa. Lo que importa es el camión, ¿Dónde lo estacionó?
-¿E-el c-camión? –preguntó tartamudeando.
-Si, el camión.
El camión… ¡Ah si, el camión! Lo estacioné en… ¿el camión?
-Si.
-Ah el camión, ¿por qué no lo dijo antes? Lo estacionaré en… ¿el camión verdad?
-Si, el camión –dijo el general en tono irritado.
-Pues está… ¿el camión?
-¡Si! –Exclamó el General furioso- ¡Quiero saber dónde esta el maldito camión!
-¡Anda! ¿Por qué no me lo dijo antes? El camión está… tengo una duda, ¿seguimos hablando del camión?
El General gritó y lanzó su boina contra el piso. Luego saltó encima de ella unas 5 veces. La recogió y se volvió a poner.
-¿General…? –preguntó el soldado con miedo.
-¡Qué! –gritó el General.
-¿Aún quiere saber dónde está el camión?
El soldado vio que al General casi le salía humo por los oídos y la nariz.
-No, sabe qué –dijo tratando de calmarse-, olvídelo. Me interesa saber otra cosa: ¿Perdió el camión?
-¿Yo, perder el camión? ¡Qué buena broma! Ja, ja, ja…
El soldado dejó de reír al ver que el General no lo hacía.
-Lo perdiste cierto.
-Si.
-¿Cómo lo perdiste? –preguntó el General poniendo su mano en su frente.
-Pues…
-Nadie me detendrá, nada me distraerá. Nada me impedirá, mi misión completar. Tengo la vista puesta en el camino y no me detendré por nada, ni siquiera por… ¿helados? ¡Yo quiero uno!
El soldado estacionó el camión cerca de la heladería. Era tanta la prisa que llevaba que dejó la puerta abierta y las llaves en el camión. Entró al establecimiento. Una lluvia de globos y de confeti cayó sobre el. El encargado hizo sonar su espanta suegras.
-¡Felicidades! –Dijo el encargado-, ¡usted es nuestro cliente número mil y uno!
-¡Genial! ¿Y qué gané?
-Lo que todo el mundo quiere.
-¿Dinero?
-Mejor todavía: ¡una bola extra de helado!
El soldado saltó de alegría varias veces mientras el encargado hacía sonar su espanta suegras.
Unos policías venían persiguiendo a un ladrón cerca de una heladería. El ladrón se cansó de correr y se detuvo frente a un camión estacionado.
-¡Ay no –decía mientras respiraba agitado-, ya no puedo seguir! Creo que es hora del plan “b”.
El ladrón sacó de su bolsillo un bigote falso y se lo puso. Los policías se acercaron.
-Disculpe señor, ¿ha visto pasar a un ladrón por aquí?
-Mmmm… no lo se… ¿podría hacerme el favor de describirlo?
-Pues se parece mucho a usted, solo que el ladrón no tenía bigote.
-Mmmm… ¡ah, esperen, ya me acordé?
-¿Si?
-Si… jamás lo he visto en m vida.
-¡Rayos! –Exclamó un policía- ¡escapó!
-¿Te apetecen unas donas? –le preguntó su compañero.
-¿Rellenas de chocolate?
-Si.
-¿Con café?
-Si.
-Andando.
Los policías se fueron. Cuando ya no los pudo ver, el ladrón se quitó el bigote.
-Bien, ya me saqué de encima a esos policías. Pero, ¿para irme de aquí? Necesitaría un camión con la puerta abierta como el que tengo detrás de mí, ¿pero dónde lo puedo conseguir?
El ladrón estuvo pensativo por unos minutos hasta que se le ocurrió una idea: Revisar el camión que tenía detrás. ¡Qué suerte para él! La puerta estaba abierta y las llaves estaban puestas. Sonrió.
-Perfecto. No sé como voy a agradecerle al idiota que dejó este camión… ¡esperen, ya lo tengo!
En un papel escribió algo y lo puso en el suelo. Subió al camión.
-¡Adiós, mocosos! –gritó mientras se iba conduciendo lejos del lugar.
El soldado salió de la heladería comiendo su helado.
-¡Vaya día! No puedo salirme mejor. Tengo mi helado, me dieron una bola extra, el camión no está, y solo tengo que llevarlo a… esperen, ¿el camión no esta?
El soldado no podía creerlo: había perdido el camión. ¿Pero cómo pudo pasar? Si el lo había dejado bien protegido. Un papel estaba en el suelo. Lo tomó y lo leyó:
“Gracias por dejar las llaves puestas”
Atentamente: El ladrón.
Posdata: ¡Eres un idiota!
-Oh, Oh –se dijo el soldado mientras lamía su helado.
-¿Y bien? –preguntó impaciente el General.
-Pues… solo me detuve a comprar un helado y cuando yo volví de la heladería el camión ya no estaba
-¿Sabes lo que acabas de hacer?
-¿Dejar al mundo al borde de la destrucción?
-¡No! ¡Van a despedirme!
-Pero véale el lado bueno.
-¿Cuál lado bueno?
-Me dieron una bola extra de helado gratis.
El General volvió a lanzar su boina contra el suelo y a pisotearla. Un soldado que pasaba por ahí se extraño de ver al General actuar de esa manera.
-¿Qué le ocurre al General? –le preguntó a nuestro soldado, y este le explicó todo- Ya veo… ¿sabes algo? Creo que tengo la forma de calmarlo.
-¿Y cuál es?
-Ya lo verás.
El soldado se acercó al General, que seguía pisoteando su boina.
-General.
-¡Qué! –exclamó furioso. El soldado se asustó.
-Oye, tranquilo viejo. Toma, cómete un snecker –dijo el soldado dándole al General una barra de chocolate, junto con una sonrisa y unas palmadas en la espalda.
FIN |