Salió del supermercado con cinco bolsas repletas de comida y golosinas, manos grandes llenas de callos, pelo corto y blanco, boina celeste y una nariz tan grande que cuando miraba para abajo no veía el piso.
Afuera, apoyado sobre la pared, estaba el mismo chico de siempre, que pedía monedas en el mismo lugar, a la misma hora, con las mismas palabras y los mismos sueños; pelo largo hasta los hombros castaño claro; en realidad la tonalidad dependía de la cantidad de tierra que tuviera en cada parte, unos 7 años, pies helados y cansados, una remera blanca con no menos de siete agujeros. Cuando se reía se le hacían pocitos en sus mejillas.
-“Señor, no tiene una monedita para darme?”
- ¿Qué hacés si te doy cinco pesos?
-Voy a comer señor.
-¿Estás seguro? No me mientas, porque no te doy nada.
-Lo que junto lo uso para comer y también le llevo a mi mamá para que le de comida a mis hermanitos
-Voy a creerte, ¿y cuántos hermanos tenés?
-Somos siete
El chico volvió a apoyarse en la pared,resignado, y un poco triste por todas las preguntas que le había hecho. Fijó su mirada en el piso.
El viejo fue hasta su camioneta modelo 2014, que había estacionado frente al súper, dejó todas las bolsas, cruzó la calle y le dijo:
-Tomá pibe, usalo para tus hermanos
El nene levantó la mirada, estiró su mano y recibió cien pesos.
Pensó que nunca nadie le había pedido tantas explicaciones, y que nunca nadie le había dado tanta plata. Los pocitos de su cara, se llenaron por un día de felicidad. Hoy sus hermanos iban a comer algo más que pan.
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