¿Cuánto dolor debe soportar en un mundo sin piedad? Pero aún sigue allí, triste sin realidad. Cada día era igual al anterior, ya no pasaría el tiempo si el universo dependiera de su verdad. Ya no recordaba cual fue la última vez que una mueca, un gesto, una mirada en su rostro mostró sinceramente lo que sentía. Había llegado al punto en el que él mismo olvido la existencia de sus emociones verdaderas. La simulación era su estado natural. Pero… ¿simular qué? La respuesta era sencilla, simular que su vida le interesaba lo suficiente como para soportar su peso, pero él se encontraba muy lejos de aquello. La vida nos encandila con sus infinitas posibilidades, nos atrapa, nos asfixia e incluso entonces no luchamos, nos resignamos, aguantamos y esperamos un cambio que jamás llegara. Los que dan cuenta de esto son tratados como locos y se los anima a volver a la bola de cristal de la que han escapado. Jack ha dejado de transparentar su inconformismo, dejó que las personas que lo rodean lo internen en una mentalidad mediocre, sumisa, que descarta el razonamiento lógico y confía ciegamente. En el fondo queria escapar, eludir las opiniones de las demás personas y ser libre. Pero para él la libertad es solo una ilusión.
Con la mirada perdida y la mente prisionera en algún punto del espacio-tiempo, el mundo material parecía haber desaparecido en la fría complejidad del silencio. Cuando un estentóreo sonido inundo sus oídos, Jack volvió a vivir. El sonido provenía de una de sus manos, la miró confuso, un brillo metálico logro que todo volviera a recobrar el sentido. Miro el cuerpo que se desplomaba justo frente a él, unos fríos ojos le respondieron y plagaron su alma de puro arrepentimiento.
Y así murió, sin que nada ni nadie advirtiera de ello. Ahora su cuerpo se hallaba tendido sobre el piso, con el cráneo horadado por el gélido metal y justo frente a él, el inmutable resplandor de un espejo.