Ultímamente en la casita sucedían cosas extrañas, nada estaba en su sitio y nos pasábamos el día busca que te busca, ya sea las llaves, los calcetines o la cartera.
Llego un día en que ya hartos de tanto buscar y no encontrar decidimos hacer turnos para descubrir al causante de tanta perdida.
Esa noche no vimos a nadie, pero al día siguiente en la hora de las siesta las niñas pudieron verle. Se le quedaron mirando sin saber que hacer, luego intentaron llamarnos pero él les hizo callar con su solo gesto. Era un duende como el que solemos ver en los libros de cuentos, con un sobrero rojo y enorme, botas haciendo juego y una gran barba, de estatura mínima y con una buena sonrisa.
Nosotros también le vimos y nos quedamos mudos por unos segundos aunque pronto le bombardeamos con preguntas.
Por cual era su nombre, de donde venía, el porqué de sus visitas y sobre todo porqué nos escondía las cosas.
Él se quitó el sombrero y se presentó; nos dijo que su nombre era Kasey, que su familia pertenecía al clan de los espíritus del bosque y que una de sus leyes era no dejarse ver por los humanos a no sera que alguien se lo encontrará como quién no quiere la cosa, de sopetón y que por eso se había afanado tanto en el juego de esconder las cosas.
A partir de ese día dejaron de desaparecer as cosas y el empezó a venir a casa en cualquier momento. Nos contó su historia y la de su familia y nos fue revelando grandes secretos del bosque.
A veces se presentaba de repente, adoptando formas distintas, podía ser alto o bajo, delgado o gordo, con ojos de distinto color y pelo verde o violeta.Podía hacer que sus brazos y piernas se estiraran como chiclés y que su cabeza echara humo. Pero lo mejor era los días de luna llena, entonces aparecía como un ser de luz, juguetón y divertido, disfrutaba haciéndonos cosquillas y soplándonos las orejas.
Un día en que paseábamos juntos por el bosque
Kasey estaba muy serio, iba delante abriendo paso hasta que se paro delante de un viejo roble:
_ Está es mi casa, ha llegado el momento de presentaros a mi familia, nos dijo.
El árbol era enorme pero inaccesible para nosotros. De pronto nuestro amigo tocó una rama y apareció un gran hueco en la corteza por donde pudimos pasar. Nos dejamos deslizar, era como bajar por un tobogán hacía el centro de la tierra, Al bajar pudimos ver múltiples salas y estancias en las que diminutos seres nos saludaban.
Por fin llegamos a una galería luminosa y a ella fueron llegando todos los habitantes del roble, todos llevaban algún presente con los que se preparó una rica cena.
Después hicieron una fiesta en nuestro honor con música y baile que duro hasta bien entrada la noche.
Al despertarnos vimos a uno de los duendes que nos estaba esperando. Se puso a caminar y nosotros le seguimos, fuimos por distintos pasillos, bajando y subiendo por distintas galerías y salas hasta que llegamos a una gran estancia llena de cristales que le daban una extraña luminosidad. Tenía forma de octógono y cada cara tenía distinta luz y color que procedía de las distintas piedras de que estaba formada; cuarzos, turmalinas, ópalos, diamantas...
Wuakonda, el duende sabio nos las fue enseñando y nos dijo que esas salas estaban destinadas a la sanación y que dependiendo de la enfermedad él recomendaba una sala u otra.
Una de ellas estaba echa de transparencias con diamantes y cuarzos, en medio había una mesita con una pequeña jarra y unos vasos diminutos, Wuakonda nos fue sirviendo y nos dio a beber un extraño pero rico brebaje y nos dijo que nos ayudaría a ver.
En las paredes transparentes empezaron a aparecer imágenes, parecía que salían de ninguna parte pero pronto nos dimos cuenta que era el duende el que las proyectaba con su pensamiento y que su mente nos las enseñaba.
Vimos el bosque, el viejo roble, sus habitantes y el habitad que les rodeaba y a unas excavadoras que se aproximaban.
La proyección termino y Wuakonda se quedo en silencio, estaba triste, su mundo iba a desaparecer. Cuándo pudo hablar nos dijo: _ Necesitamos vuestra ayuda, nosotros solos no podemos pararlos.
Ahora lo entendimos todo, als perdidas de objetos, las visitas de nuestro pequeño amigo y el porqué estábamos sentados en una sala de diamantes viendo salir una película de la mente del un duende.
Tras mucho pensar tuvimos una idea:
_ Ya está, nos subiremos a los árboles. Ellos será a partir de ahora nuestra morada.
Con la ayuda de los duendes fabricamos plataformas en las copas de los árboles, también hicimos unas poleas por las que subir los víveres, las mantas.....
El día en que llegaron los leñadores nos subimos a los árboles, los recibimos con sonidos de gritos y lamentos, los que saldrían de la tierra si sus hijos eran talados.
Ellos se quedaron parados, no podían hacer nada estando nosotros ahí arriba.
Los días pasaron con momentos de soledad, pero nos sentíamos felices, además los duendes nos visitaban y estaban pendientes de que nada nos faltará.
Poco a poco se fue produciendo una especie de simbiosis con el árbol, parecía que de nuestras venas brotará savia y que nuestros brazos y piernas fueran ramas y hojas. La energía del árbol nos animaba y alimentaba, gracias a eso pudimos aguantar el constante ruido con el que los leñadores nos amenazaban, ruidos de explosiones, de sierras mecánicas que teníamos que soportar de día y de noche.
La batalla fue larga, duró meses pero un día vimos como los leñadores se marchaban;" el bosque había salido vencedor".
Mucha gente se había movilizado, amigos de los árboles llegaron de lugares lejanos, periodistas, cámaras, también algún político... Todos estaba apoyando al bosque. El mundo se enteró de lo que estaba pasando, así fue como el bosque se salvo.
La urbanización tendría que hacerse en otro lugar.
La hora de bajar no fue fácil, el árbol se había convertido en parte de nosotros. Nos costó mucho caminar, pisar tierra firme, pero el árbol nos iba a acompañar siempre, ya era parte de nuestro corazón.
Esa noche hubo una gran fiesta. En un claro del bosque duendes y humanos danzamos juntos, iluminados por las estrellas y la luna llena, también las luciérnagas nos regalaron su luz, todos querían celebrar que el bosque iba a permanecer.
Los árboles nos regalaron una fragancia nueva, conjunto de todos los olores del bosque: humedad, tierra, resina, líquenes, musgo, hongos, miles de flores....Una aroma que nos iba llenando el alma y nos hacía sentir que todos eramos parte de una misma Unidad.
Wuakonda antes de despedirse nos regalo una piedra, en ella estaba encerrada toda la sabiduría de su pueblo con ellas nos iríamos, con el corazón lleno de un trocito de bosque. |