No tengo deseos de comer mandarinas y ellas no tienen deseos de acercarse. Las veo y son de color naranja, pero son mandarinas y no dejo de verlas, su color naranja.
Afuera llueve, mal tiempo para el ciudadano, pero los del campo han de estar de risas, gritando algo como: “Roberta! Oy nos sacamoh la lotería!” y Roberta prepararía la masa, y la carne, y el festín… Yo no sé cómo es el campo, pero así lo imagino, podría tener la suerte de vivir un día, en el campo, con las mandarinas, con alguna Roberta, sintiendo la lluvia como una bendición. Se me duermen las piernas, o el mantel de la mesa les cae encima, les abriga inútilmente. Me despido de la posibilidad de levantarme a tomar una de esas bolas naranjas, se llaman mandarinas… Recuerdo que me las llevaba a clases, en los bolsillos o en el bolso y las regalaba a las treinta compañeras; nunca faltaba la que dejaba la cascara en el piso y la ingenua que las recogía, tampoco faltaba la inocente que maldecía el tener que recogerlas, culpada por algún docente. En las mañanas me levantaba con el pijama y me sentaba frente a la mesa, a veces por ahí cerca habían gatos, con ojos grandes como dos puntos y la boca de tres, les acariciaba el lomo y mientras vibraban pensaba en el tiempo que no hablaba con cualquiera. Yo solía apoyarme sobre la mesa y el gato dormía entre mis brazos, yo pensaba en mi profesor, lo viejo que lo ponía el tiempo, lo mucho que lo quería, adoraba, y yo no sabía bien si el, no sabía bien si me quería… Nunca le regale una mandarina, solo chocolates, a él le encantaban. Me acuerdo que una vez se le cayó del libro su esposa dentro de una foto y se parecía a Roberta, la que imagine en el campo amasando con sus gordos nudillos. Él vivía en el campo, no sé en qué parte, pero en Putaendo, allá lejos, bien a la puta. Lástima que sea más joven y que no tenga las manitas de Roberta, amasaría pan todo el día, lo que quede se los doy a las palomas, pero soy mucho más joven, podría sacar a pasear el gato y bien no puedo comer pan sacaría como pétalos las partes de mandarinas y me las echaría a la boca, ahora es buen momento, aun llueve, aun pienso. Che, necesito quejarme, soy de la ciudad, aunque me alegro solo con regalarle chocolates al profesor, sacarle una sonrisa mientras se aparta de mí, se va a la puta, felizmente con Roberta y se fuma una de sus buenas hiervas. Solo espero que me imagine en la ciudad, quejándome de la lluvia…
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