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En 2004 la empresa de juguetes Djeco sacó al mercado “la pesca del pato”: seis patitos de goma y dos pequeñas cañas para pescarlos. Se trata, aparentemente, de un juego simpático e inofensivo con el que los niños pequeños se entretienen a la hora del baño. Aparentemente, digo, porque yo me pregunto: ¿por qué dos cañas en lugar de una? No creo que el objetivo sea desarrollar la destreza de los críos en el uso simultáneo de ambas manos. Me parece más lógico suponer que la intención del fabricante fue que participaran dos pescadores y que compitieran entre sí por el escaso número de peces disponible. En otras palabras, en la pesca del pato, como en tantos otros juegos infantiles, se inculca a nuestras criaturas el valor supremo de la sociedad actual: la competitividad.

La comprensión de la realidad, del mundo en el que vivimos, es posible gracias a los modelos teóricos, en los cuales se recogen los rasgos principales de los fenómenos que queremos analizar, aunque siempre hay variables que quedan necesariamente excluidas de los mismos. Nuestra capacidad de comprender las cosas disminuye conforme aumenta la complejidad del modelo. Un modelo es un resumen, una simplificación de la realidad. En uno de sus cuentos, Borges hablaba de un mapa que era tan preciso que se superponía exactamente al territorio que le servía de referencia (esto es, un mapa a escala 1:1). Esto evidentemente no nos sirve de nada. Como no nos sirve de nada, por ejemplo, un modelo de un millón de ecuaciones con un millón de incógnitas. Pero, hecha esta advertencia, es verdad que hay modelos que son excesivamente simplistas y que mejorarían claramente haciéndolos un poco más minuciosos, un poco más detallados. Así, si bien es cierto, como se ha indicado en el párrafo anterior, que la competitividad es el determinante principal de la actividad económica (y hay quienes apuntan que de la actividad humana en su conjunto), no sería prudente dejar de lado factores tales como la concentración del poder, las colusiones entre empresas, las desigualdades de partida (como las herencias)…y la suerte.

La suerte… A Borges le gustaba citar estos versos de su compatriota Pedro Bonifacio Palacios: “Yo repudié al feliz, al potentado / al honesto, al armónico y al fuerte / porque pensé que les tocó la suerte / como a cualquier tahúr afortunado”. Se trata de una visión casi omnipotente de la suerte. Sin embargo, mi humilde opinión se ajusta más a la que se recoge en la conocida copla popular: “Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”. En otras palabras, si los condicionantes materiales están en contra nuestra, poco hay que hacer: seguro que Dios y la suerte nos dan también la espalda. Y viceversa (aunque esto ya no lo dice la copla).

Creo que sería mejor, más que de suerte, hablar de “fuerzas que quedan fuera nuestro alcance predictivo”. Porque, ¿cuál es la diferencia entre causalidad y casualidad?, ¿existe alguna, en realidad? Todo el mundo percibe la relación causal que existe en el hecho de que si resto dos y dos tengo como resultado el número cero. Sin embargo, quizá alguno pueda atribuir a la casualidad que la suma del logaritmo neperiano del número e y el cuadrado del número i también de como resultado el número cero. Pero lo único que ocurriría en este caso es que el nivel de conocimientos de Matemáticas de semejante individuo dejaría mucho que desear. Nada más que eso. Ambas sumas son absolutamente igual de causales, igual de lógicas y consistentes. Si tenemos suficiente conocimiento de la materia y suficiente información, el factor suerte puede ser rechazado, pero como, lamentablemente, ninguno de estos dos supuestos se da ni, por asomo, en la vida real, conviene tener presente que la suerte (es una forma de hablar, ya digo) existe.

Pues bien, aquí es donde quería venir yo a parar, porque resulta que la benemérita empresa a la que pertenezco (no es la Guardia Civil, pero también es benemérita y mucho) ha incorporado de forma tan sencilla como acertada el factor suerte al modelo competitivo, que, como hemos visto, caracteriza el juego de la pesca del pato. Como festejo final de la jornada anual de confraternización, este año los hijos de los empleados jugaron a la pesca del pato, pero con una pequeña variación: cada pato tenía asignado un valor, un número, en su parte inferior, no visible. De esta forma, conseguía la misma puntuación un participante que hubiese pescado 1 pato con valor 17 que otro que hubiese pescado 17 patos con valor 1. Las lecciones del juego son claras: por una parte: “cuanto más trabajes (cuanto más pesques), mejor te irá en la vida (mejor regalo te corresponderá)”, pero, por otra parte: “la suerte (los números asignados a tu pesca) es más importante que tu propio trabajo (y nada puedes hacer para cambiarla)”. Esto sí que es un juego pedagógico, y lo demás son tonterías.

Lorca dejo dicho en uno de sus poemas neoyorkinos que “debajo de las multiplicaciones, hay una gota de sangre de pato”, palabras con las que se refería al dolor ocasionado por el hombre (por la industria alimentaria, más concretamente) a los animales. Aunque el alcance de la metáfora de Lorca no va más allá, su verso bien podría interpretarse en el sentido de que el progreso está sustentado en el sufrimiento de buena parte de la humanidad. Y, yendo un poco más lejos, no sólo es dolor físico lo que causa el progreso sino también dolor psíquico, en forma de desigualdad y de injusticia. Esa desigualdad y esa injusticia están perfectamente reflejadas en el crucial papel desempeñado por el azar en el juego de la pesca del pato. Así, que efectivamente, debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato, pero es que, además, debajo de cada pato hay unos numeritos que alguien ha puesto al tuntún… Más sangre de pato…

Texto agregado el 14-08-2015, y leído por 125 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-08-2015 Un excelente texto cargado de verdades y que,aunque quisiéramos,no podríamos cambiar.UN ABRAZO. GAFER
14-08-2015 Se ha repetido que a la humanidad le iría mejor trabajando sobre la base de la colaboración y las alianzas que caminando sobre el terreno minado de la competencia. Pero querer cambiar el status quo es intento vano y hasta ingenuo. Así como la historia está hecha de guerras y escrita por los vencedores, el comercio y la industria se basan sobre la estrategia básica del mercadeo: demoler la competencia, sobresalir, ser el primero. ¿Para qué? Excelente tu texto. -ZEPOL
 
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