Del famoso tum -tum no quedaba nada, moví la cabeza y dije en voz baja, que el señor agonizaba. Noventa años son pesados.
A mi entender no sobreviviría más alla de tres a cinco dias. Un mes después seguía vivo. Y su hija cada vez más enferma.
Ella tenia un trabajo agotador en casa y en la administraciòn del negocio.
—Dr., mi papá no se muere, sólo quiere tenerme a su lado, no deja que vaya al baño, me sujeta la mano y cuando me zafo, no pasa ni un minuto y ya me está gritando. Me da vueltas la cabeza y me baño en sudor. Escuche, escuche, ya me está gritando.
—No me dejes hija. Ya te tardaste mucho, viendote a mi lado me da calma. ¡No quiero que te vayas!
Fuimos al lado del anciano, que se revolvía en la cama por los temblores que se le habían acentuado y había que alimentarlo. La hija le ofreció agua y con dificultad pasó dos o tres tragos.
— Tengo miedo.
—¿Miedo a qué papá?
—A morir. Sus manos temblorosas intentaron cubrir su cara.
—Pero papá, allá vamos todos.
—Como crees. —Tu no sabes que los muertos cargan todo el peso de la tierra. y no tengo, ni deseo cargar ni una palada de tierra.
Salímos de la recamara y a solas en un lugar con luz pude ver los estragos que el enfermo estaba haciendo en la salud de la hija y realmente temí por ella. La opresión, la angustía y el extremo cansancio, con seguridad le pasarían la factura, así que fui franco y le recomendé que otra persona se hiciese cargo del anciano.
El señor falleció dos meses después en otra ciudad, ella desarrolló un cáncer de mama.
No me explico como podía vivir si ya no tenía corazón. Había huecos de flauta donde la sangre se estrellaba en esos tejidos duros de roca. |