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Antes de pasar a Ginebra, evaluar la capacidad de la guerra de ISIS, las de las películas de acción, e imaginar cada vez más cerca su fin, quise pasar por esta ciudad para tomarme un descanso. Afortunadamente en el avión pude usar mi computador, uno en el que no tengo nada de importancia. Cuando llegué allí, me quedé pensando si de verdad estaba presenciando la ciudad más extraña del mundo, una en la que se navega entre las calles para no tener que caminar, o eso pensé. Me ubiqué en el hotel y salí a la calle a caminar unas cuantas cuadras, los miré a todos y tengo que admitir que no logro ver ninguna diferencia entre ellos, sé que todos han pecado, han pecado gravemente y no me corresponde juzgarlos, no lo pienso hacer.

Los miro de reojo y me doy cuenta de que puedo acusarlos, y cómo debería hacerlo; son padres, asesinos, fornicarios y/o egoístas. Me resulta más fácil juzgarlos a todos de una sola forma, y así los desapareceré. Cada vez disfruto menos escribir, tocar la guitarra, cantar, dibujar y exponer mis posturas; me han llevado al punto máximo de la locura y me gustaría ir hasta Pekín, para ver qué hay más allá de mis paredes. Intenté conversar con alguna de esas personas y no pude hacerlo, no me dejaron, no quisieron hablar de algún tema, sólo me ofrecían comida, o me indicaban direcciones de edificios, casas, instituciones educativas, empresas y otros. Nadie quiso hablar conmigo más de unos cuantos segundos, todos tenían mucho afán. Se me entristecía el alma, al verlos tan mecanizados, pero no podía quejarme, porque sabía que a nadie le interesaría.

No es una misión fácil, siento que me rodean espectros, no humanos. Invisibles para mí y yo para ellos, no podré tratarlos con amor, con dificultad serán llevados a lugares tormentosos, por sus propias decisiones, no existe ninguna diferencia entre ustedes y ellos, ninguno puede reconocer su situación humana, y tarde o temprano tendré que abandonar algo de mí, para poder ir tras todos ustedes para que sientan el dolor. Esa es su felicidad, escapar de la verdad, ¿cuánto más podrán hacerlo? ¿Cuánto más evadirán la verdad? No les queda mucho tiempo, así que aprovechen sus últimos momentos de vida, porque cuando toque sus puertas, no será para que me den permiso; entraré a la fuerza y los llevaré sin que puedan entender nada. Al salir de esta esplendorosa ciudad, tengo unas dos o tres cosas más por hacer antes de acabar con todos. Al retornar a mi habitación, tengo una esperanza, que pueda enfriarme lo suficiente como para hacerme imperceptible a todos, hasta que pueda desaparecerlos. Aún estoy esperándolos a todos, para que abandonen su realidad ficticia y acepten la real, dejen de engañarse; y sea como sea, tendrán que ver la verdad. No son reales ni aquí ni allá afuera. Al menos, sean coherentes con ustedes mismos, y reconózcanse como máquinas, siempre lo fueron y lo serán, no quieren ni merecen una segunda oportunidad.

Texto agregado el 10-08-2015, y leído por 118 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-08-2015 Cada uno habla según le fue en la feria, Carlos. A mí, Venecia, donde viví tres años me pareció una ciudad magnífica, con gente nada robotizada. -ZEPOL
10-08-2015 Es un cuento muy crítico de una realidad que a todos nos envuelve. Muchos saludos. Legnais
 
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