-¿Y por qué se separaron? -pregunté.
Ella no contestó.
Yo estaba acostumbrado a los pacientes que se tomaban un tiempo para pensar las respuestas. Los prefería a esos otros que no paraban de hablar pasando de un tema a otro con desenfrenado ímpetu.
-Por mi culpa –dijo por fin.
La observé con calma. Casi todos los pacientes mencionaban la palabra culpa de vez en cuando.
Me di cuenta que había cierta resistencia que obstaculizaba el análisis. Sin embargo ella había dejado bien claro en la sesión anterior que necesitaba hablar en detalle de su problema.
-¿Qué está pensando? -le pregunté.
-Pienso en él. No es una mala persona.
-¿Y qué pasó? -dije con delicadeza.
-Nada, lo de siempre –respondió. Volvió a quedarse callada. Miré mi reloj, veinte minutos, ya. Hice otro intento.
-Ana, usted me dijo que le era imprescindible tratar este tema. Avancemos ¿quiere?
-No me siento muy bien.
-¿Le gustaría tomar un vaso de agua?
Algunas lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Le alcancé la caja con los pañuelos de papel. Se secó los ojos, trató de recomponerse y dijo:
-No, gracias. ¿Sabe lo que pasa? Lo extraño; todo esto no debió ocurrir.
-¿Qué cosa Ana? ¿Qué fue lo que pasó?
-Las discusiones, los intentos frustrados de reconciliación, todo eso.
-Cuénteme más Ana, siga, la escucho.
-Él me engañaba... ¿sabe lo que se siente cuando la persona que uno ama es infiel?
-Me gustaría que me lo diga, Ana - propuse con amabilidad.
Hizo una pausa; parecía buscar una respuesta que explicara con exactitud la situación.
-Se siente un gran dolor por ser traicionada, y sorpresa ¿entiende? es algo que no se espera. Además está en juego la autoestima. Usted de eso sabe bastante ¿no?
-Si, algo sé. Y dígame, Ana. Ustedes ¿hablaron acerca de lo que había pasado?
-No, él se fue con ella. Y no volvió.
-¿De un momento para el otro? ¿No le dio ninguna explicación?
-Dijo que no soportaba más mi desvarío.
-A ver, Ana ¿A qué se refería él cuando hablaba de su desvarío?
-Decía que mis celos lo estaban volviendo loco; que todo ese asunto de su amante era un invento mío.
-¿y usted qué le contestó?
-Que estaba cansada de sus mentiras.
-¿Alguna vez vio a esa mujer con la que su marido la engañaba? ¿Sabe su nombre o algo acerca de ella? ¿Hubo algún mensaje que lo delatara u otra señal importante de esa infidelidad? -Le pregunté esperando su reacción.
Otra vez se quedó en silencio. No me pareció prudente instarla a continuar. Noté que su mente intentaba asir una realidad que se le escapaba.
Cuando finalmente habló supe que habíamos logrado un gran paso. Las siguientes sesiones serían cruciales para su recuperación.
-A veces, doctor, pienso que él tenía razón. Que tal vez no había otra mujer. ¿Usted puede ayudarme? –pidió con un hilo de voz.
-Por supuesto, Ana ¿Seguimos el lunes? La espero a la misma hora.
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