Diario y delirio de una no durmiente
(Recuperado. No sé, hoy me dio por subir una basurilla)
No sé qué hora es. El reloj se ha quedado suspendido en un momento indeterminado entre el quiero y el debo de mi descanso. Otra vuelta más, y las incómodas pesadillas ni si quiera se atreven a aparecer. Pobres, ellas también están cansadas, y lo entiendo.
Aprieto los párpados fuertemente, como intentando atrapar con ese gesto los hilos de noche que se esfuman; como si así lograse algo, a parte de una terrible jaqueca. Me duele no lograr mi objetivo de esta noche: ser un simple dormidor más. En su lugar, telas de araña balanceándose sobre mi cabeza, y un sinfín de preguntas, momentos y sonidos. El menú de toda la semana cociéndose en mi interior; las dudas sobre los acontecimientos del día siguiente; esa cana que empieza a asomar en mi flequillo, las incordiosas musas que bailotean en la pituitaria de mi imaginación sin dejarse atrapar; el silencio de la calle, la respiración, no, los ronquidos de quien sí celebra su sueño; un beso furtivo entre vapores etílicos; la mejor forma de hacer y conservar una mermelada casera,…
Otra vuelta. Pese al frío que hace fuera de la protección de las mantas, a mí éstas me estorban, me incomodan, y pego patadas al aire, una de las cuales va a parar al bulto que descansa junto a mí. El bulto es un ser durmiente de necesidad y roncador placentero. Parece que no le ha gustado el golpe, y se revuelve en el nido de sábanas. Al menos ha dejado de roncar.
Trato de buscar nuevamente una posición adecuada, pero todo intento es vano. Alguien decidió que hoy no debía dormir, que mañana no tendría ni por asomo mi mejor aspecto y esta noche sería larga en extremo. Sé que hay algo, lo sé, pero no acierto a ver qué es. Después de tanto revoloteo mental por acontecimientos atemporales, absurdos gastronómicos y emociones dispares, sigo sin saber qué es aquello que me desvela; y eso me molesta, me muerde en el frontal del cerebro.
Espera, ¿qué es eso? No me lo puedo creer. Después de tantos años de insomnio, de mil y un motivos para no dormir más o menos solventados, después de tantas vueltas y preocupaciones, ahí, en un pliegue de la conciencia, agazapada, está el motivo de mi infatigable duermevela. No es posible. Verde, pequeña, brillante y viscosa, con unos ojos deformes y saltones, me observa con curiosidad antes de dar un salto atrás. ¡Una rana! ¿Qué hace ahí una rana? Es absurdo. Una carcajada brota incontenible en mi interior, y el roncante se mueve una vez más. Tapo mi boca, tanteo mis zapatillas y me escabullo en la penumbra de la aurora y vapores de naranja hacia el refugio de mi ordenador; pues sé que hasta que no la saque de mi cabeza, no me dejará dormir, como otras tantas ideas descabelladas que acabaron siendo cuentos con nombres y apellidos.
Raquel |