A su lado, Fournier divisó la figura de una mujer acariciando lo que, al parecer, era su larga cabellera. Cuando logró abrir bien los ojos y alzar el mentón, el ventrílocuo contempló la delicada figura que yacía sentada en la vieja silla de madera. Aquellos ojos grandes y marrones; aquel perfil ligeramente erguido; ¡y esa boca! esa boca que, sin destilar ninguna palabra, pedía a gritos que se le poseyera. Fournier se levantó rápido y espantado por la insólita broma que le jugaban sus ojos cansados. No obstante, aquella mujer se paró de la silla y acarició suavemente la barbilla de Fournier, lo besó en la boca y él pudo sentir sus labios pulposos y dulces; sobre todo dulces. –En realidad eres tú. Estás viva- le dijo balbuceando.
Cada día que pasaba, aquellos dos enamorados se amaban más y más. Pasaron los meses e incluso los años y aun así Fournier tenía la misma sensación al acariciar la piel, ya arrugada, de su amada. Al abrazar ese cuerpo, seguía sintiendo ese escalofrío inexplicable que le decía que sus almas se fundían en una sola; que le hacía estremecer las entrañas; que le derretía el corazón, cuyos restos se esparcían por todo su pecho, entibiando hasta los rincones más profundos de su fría soledad. Su amor era más extenso que el cielo y más bello que las estrellas; tan caliente como el sol y aun más brillante que la luna llena. Ese era su amor.
Una noche de otoño, mientras el viento arrullaba el rostro gastado de Fournier, él observaba el radiante firmamento que parecía esconder un secreto inconcebible. Mientras tanto, su amada se acercó a él y lo abrazó por detrás, besando una y otra vez su nuca. -Tengo miedo- dijo él, -No sé por qué, pero tengo miedo de algún día perderte y ya no volverte a ver-. Sonriendo frágilmente, ella le contestó: -Siempre estaré contigo; lo prometo- y lo besó como jamás lo había hecho.
Con cada beso, sus mentes, sus sueños, sus pensamientos y sus miedos se iban volando muy lejos, dejándose guiar por la brisa fresca de aquella noche. Las estrellas entonaban una canción de amor, de ilusión, de fantasía… las nubes, el viento y todo el firmamento danzaban al son de la música; de aquella música que estaba a punto de terminar para siempre. En ese momento, Fournier cerró sus ojos fuertemente y de repente sintió que su amada había dejado de abrazarlo; dejó de sentir la fresca corriente de aire y dejó de escuchar aquella hermosa melodía.
Fournier abrió sus ojos y se percató de que no era de noche; más bien, el sol resplandecía y sus rayos golpeaban más fuerte que nunca. Entonces, sintiendo un pesado nudo en la garganta, giró su cabeza lentamente hacia la izquierda. Aquello que vio…aquello que vio le arrancó el alma del cuerpo.
Junto a aquella cama y al cadáver, había una vieja silla de madera y una marioneta de cabellera larga y enormes ojos sin vida; solo una marioneta.
Fin. |