Fournier era un solitario ventrílocuo cuya pasión siempre había sido fabricar marionetas. Él nunca solía salir de su casa y casi nadie en el pueblo lo conocía. Además, tenía un pasado oscuro e indescifrable que representaba un misterio para muchos. Por esta razón, nadie se preocupaba en acercársele; y ¿qué más daba?, si él no era partidario de las relaciones personales con sus antipáticos vecinos. Toda su vida se encontraba en su pequeña cabaña con su infinidad de materiales: madera refinada, hilos, telas de diversos colores, dibujos de figuras humanas, martillos, pinturas, entre cientos de otros. Cada viernes por la noche, a pesar de las fuertes lluvias que solían asentarse en el pueblo, Fournier iba silencioso a una tienda que se encontraba aproximadamente a 2 km de su hogar. Como siempre, nunca miraba a nadie a la cara y escondía la gran cicatriz de su rostro bajo la sombra de un gorro negro y una capucha azul grisácea.
Un tarde de otoño, Fournier se encontraba sentado en el balcón trasero, observando la delicada manta de colores amarillos y marrones que se ceñía sobre el suelo; observaba también los árboles, todos juntos, bailando con el viento y acariciando sus largas ramas mutuamente. ¡Cuánta envidia le causaban! Así que, repentinamente, se le ocurrió una idea y sus ojos se abrieron con impresión. Se había decidido a crear una marioneta tamaño real; con ella a su lado ya no se sentiría solo jamás.
Esa misma noche comenzó su gran proyecto. Con mucho cuidado cortó la madera y unió cada pieza; suavemente hizo los dedos y cosió el largo cabello negro y ondulado a la cabeza de la marioneta. Tardó cuatro días y cuatro noches en finalizarla, pero al final pudo contemplar su bellísima obra maestra. Sentada en una silla junto a la cama, se encontraba ella; su pelo oscuro descansaba sobre su vestido rojo brillante; sus ojos grandes y marrones destilaban toda la hermosura que podría existir en una mujer; sus labios carnosos y rosáceos terminaban de adornar su fino perfil, pero aún sin vida alguna. –Que hermosa eres- dijo -¡cómo desearía que fueses real!-. Entonces, se fue a la cama sintiendo cómo una gran tempestad se avecinaba, pero dentro de él; solo en su interior.
Repentinamente, Fournier abrió los ojos debido a un sutil ruido que lo despertó del sueño profundo en el que se encontraba. Los fuertes rallos de sol que embestían por la ventana golpeaban su rostro. Entonces, giró su cabeza a la izquierda y aquello que vio…aquello que vio lo dejó realmente perplejo.
Continuará...
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