La deseaba tanto que no podía controlarlo. Y no veía en ella ninguna señal, ni de avance ni de retroceso. Y eso más lo frustraba.
Por eso, cada día era un nuevo comienzo, para esmerarse más, calcular mejor su estrategia y lograr avanzar unas pocas casillas siquiera.
Un día se despertó, ya cansado mental y físicamente de aquel macabro juego que sólo él estaba jugando. Y decidió conocerla mejor.
Comenzaron a charlar mucho, muchísimo. Descubrió una mujer fascinante, que lo hizo sentir por primera vez en su vida el significado de la palabra amor.
Y comenzó a amarla. Con toda su alma, con todo su ser.
En una forma tan pura como carnal, tan inocente como perversa.
Todo giraba en torno a ella. Y los días iban pasando sin que nada cambiara.
Decidió alejarse, antes que buscar una definición casi suicida.
Vivió su vida, o quizás muchas vidas en una. Ganó, perdió... pero jugó mucho.
Y aprendió.
Por esas cosas que tiene la vida, un día se la encontró.
Se abrazaron tan felices y con tanta energía que por un momento parecieron fundirse en uno solo.
Y charlaron, se contaron sus vidas, rieron, lloraron y se confesaron mutuamente cuánto se habían extrañado.
Y ella le preguntó: ¿Por qué nunca intentaste nada conmigo?
Y él, totalmente sorprendido le contestó: ¡Claro que lo intenté! ¿Nunca lo notaste?
Ella sonrió, se sonrojó levemente, y sólo entonces él se animó a besarla... |