La mesa la compartíamos todos los días en el almuerzo, Anabela, Dana, la turca, Norma, Mariela y yo. Estábamos en Mendoza y para hacer honor al rito del vino, almorzábamos con vino tinto, y cenábamos con vino rosado, aunque a veces no recordábamos cual botella había quedado por la mitad y mezclábamos el tinto y el rosado, o el blanco o el tinto. Eso hizo acelerar nuestras lenguas y se lucían nuestras inhibiciones. Así contamos todo y cada uno de nuestros recovecos. Norma la psicóloga no paraba de analizarnos con cautela, con sobriedad, sin sorna. Dana la turca vino al viaje con su hija Hilen, de 11 años. Hilen practico tirolesa, tiro al pichón, rafting con remo y caída al agua del rio Atuel, todo eso y quedar inmune e ilesa. Nosotras apenas mirábamos las andanzas de la pequeña con asombro, y tímida envidia.
Un día en la mesa Dana la turca expió su culpa y dijo que Hilen nunc a conocería a su padre. Norma enjundio las cejas y delante de todas nosotras le espeto.
-Eso no te pertenece a vos sino a ella y seria desleal y una falta grave a su identidad. Dijo Norma
Quedamos mudas, exhaustas, divagantes.
Luego fuimos a dormir la siesta ebria y extasiada de revelaciones.
Cada una en secreto fue a ver a Norma a decirle que exagero con su consejo, que ella era la madre y tendría sus razones para saber por qué le ocultaría su origen.
Al día siguiente fuimos a ver el cañón del Atuel, espeluznante paisaje, pero más espeluznante es el alma de cada ser humano.
Cuando volvimos cansadas y sudorosas, y comíamos el menú del dia , Hilen dijo.
_ Yo sé quien es mi padre, es el tuyo también, y sé que te violaron en esa casa donde había muchas habitaciones. Durante el resto del viaje cada una quedo rumiando sus propios pensamientos, en cada uno de nuestros propios infiernos.
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