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Apenas puedo moverme, atrapado en la cama. Miro detenidamente hacia arriba. Detrás de la aspas del ventilador aparecen arañas en formación perfecta. Todo el techo se está poniendo negro. El siseo en mi cabeza no me afecta.

El combate entre las arañas es encarnizado, hay miles, la más peluda lleva la ventaja. Es la más astuta, ahora se parapetó en la esquina para evitar el ataque traicionero, las otras luchan entre ellas, en una marea incontrolable. Muy pocas sobreviven, hilos de tinta roja se mezclan con las patas, algunas caen muertas contra el piso, otras caen sobre mi cara y las aparto con la mano. Me divierto con eso. Algunas entran en mi boca, intento cerrarla pero es imposible. Mis gritos me sorprenden.

Después vino el doctor y me curó.

Quiero recordar que sucedió, mi ojo izquierdo pestañea. Cuatro pestañeos, significa que recuerde que no recuerdo nada. Es muy inteligente mi ojo izquierdo, todo lo analiza, confío en él.

Suena el teléfono, como si no sonara. Una vez, dos veces, tres veces, no sé cuántas veces más. Lo busco. ¿Dónde está? Espero el mensaje de mi ojo izquierdo. Nada sucede. Ya está, se cansó de sonar. Solo veo el cable negro retorcido. ¿Por qué se retuerce, acaso se retorció porque no atendí? Dos pestañeos, afirmativo, el ojo izquierdo confirma mis sospechas. La araña más peluda, unas de las sobrevivientes, se da vuelta y busca el teléfono, ¿lo escuchó como yo? Qué no se distraiga porque la van a matar.

"Reptando entre los alambres, el barro no me deja ver, se traba mi pierna, una vez más me engancho, el maldito borceguí atascado no me deja avanzar, los alaridos cercanos me sobresaltan, una rata va y viene delante de mis ojos, el cansancio no da tregua, la pierna acalambrada no me responde, quiero apoyar los codos en la tierra, las heridas abiertas me provocan un dolor indescriptible".

Me molesta que el cable se retuerza, me toma mucho trabajo sacarle esos nudos, si no lo enderezo se mete en mis intestinos y después tengo que desenroscarlo desde el pecho o desde el ombligo. Una vez no lo desenrosqué y amanecí con la cabeza al revés, bajaba la vista y veía mi columna vertebral.

Después vino el doctor me curó.

"¡Avancen, carajo, avancen!, miro a los costados, solo veo oscuridad, sonidos apagados y relámpagos remotos. Mi cuerpo no me obedece. Busco a Julián, ¿está a mi lado?, no lo puedo encontrar".

El maldito teléfono suena otra vez, suena, y suena, ¿o es el timbre del colegio? Un solo pestañeo, negativo, gracias ojo izquierdo. Me equivoqué, creí ver a mi amigo Julián corriendo con el guardapolvo desabrochado por el patio de la escuela.

"Maldito alambre, no voy a llegar, no me puedo desenganchar, muevo las manos desesperado, mi aliento me penetra, las manos embarradas no pueden aferrarse al cuero del borceguí desvencijado, no lo puedo soltar. ¡Ayudáme Jesús, ayudáme!"

La penumbra me reconforta. Mi ojo izquierdo descansa.

Vislumbro algo en el techo, ¿qué es esa raya?, apenas la puedo ver, ahondo la cabeza en la almohada y entrecierro los ojos, ¿Qué será, una grieta? ¿Qué está saliendo de ahí, es el lagarto otra vez?, dos pestañeos ¡Sí, es enorme, abre y cierra la boca sin parar! Se mueve muy rápido, ataca a las pocas arañas que sobrevivieron. La más peluda no está más, ya no queda ninguna, se las tragó en un santiamén. Mi saliva se desliza escaldando mi garganta. La última vez el lagarto bajó y me atacó, me defendí como pude, pero me tragó. Amanecí con la boca llena de colmillos largos y una lengua filosa.

"Mi amigo Julián, agachado a mi lado, no deja de temblar. Sus ojos desorbitados me buscan en la oscuridad. Somos dos chicos jugando a la guerra. El hedor a muerte está presente."

La convulsión me toma de sorpresa. Jadeo intermitentemente, no me puedo detener. Siento un peso repentino en el estómago, insoportable, me doblo y aprieto las rodillas con los brazos, no puedo respirar. Los objetos empiezan a tomar velocidad, se meten dentro de mi ombligo. Engullo la lámpara, el ventilador, la mesa, la silla. No puedo detenerme, mi ojo izquierdo no para de pestañear, espero sus instrucciones. Tomo aire. Resoplo. Tengo que sacarme todo lo que me tragué. Mi ojo izquierdo envía órdenes. No logro entender el mensaje, las convulsiones me tiran contra la pared acolchada, mi boca expele millones de objetos microscópicos formando una curva que cambia de colores, haciendo espirales por toda la habitación. El pestañeo es incesante, mi ojo izquierdo me ordena, obedezco y emito un rugido gutural para asustar a mis enemigos. Quedo exhausto, al borde de la cama.

Después vino el doctor me curó.

"¿Qué hace, tagarna?, ¡despiértese!, ¿no ve que se está empapando?, mírenlo al imbécil, parece que el nabo disfruta del frío y la lluvia. ¡Cúbrase, pedazo de mierda, límpiese el barro de la jeta y no se duerma, inútil!"

El dolor en las sienes me quiebra, el siseo no se detiene, agito la cabeza de un lado a otro. Miro la pared acolchada de botones negros y rayas verdes. No puedo detener las arcadas. Me siento en la cama, cabeza gacha. Miro la punta del pié. Uno, tres, cuatro, dos, cinco. El otro pié, dos, cuatro, uno, tres, cinco. Dos pestañeos. Afirmativo.

"Otra explosión, esta vez muy cerca, mi corazón va a estallar, chapoteo los charcos en la oscuridad total, mis manos no pueden aferrar el fusil, devaneo, mi ojo herido, mis pies escarchados, la foto mojada de Cecilia en mi bolsillo, la venda ensangrentada. ¡Vamos Julián!, resistir, correr y matar".

No puedo mirar al techo, no soy tonto, sé que me está esperando ahí, maldito lagarto, pero no la voy a mirar. Tengo que mirar por la ventana, tiene que haber una ventana.

- ¡Saque la cabeza de una puta vez!, ¡cagón!, ¡apunte al enemigo!
- ¡Sí, mi Sargento!
- ¡Viva la Patria, carajo!
- ¡Viva la Patria, mi Sargento!

"Las ratas, el barro, los gritos, la lluvia, no le temo a la muerte."

"El frío, compañero implacable, el frío, ya no quiero vivir".

¿Dónde está la ventana? Busco en los rincones de la habitación.

- ¡Avancen, Carajo! , ¡Sí, mi Sargento! Dale Julián, voy atrás tuyo.

"Un relámpago, todo cambió, la bala rompió la piel de su cara, giró y me aplastó la pierna en su caída, su cara en mis manos, el olor de la carne quemada. Juré no abandonarlo".

Se acelera mi respiración. Cierro los ojos y me recuesto. Ojo izquierdo, suplico, necesito detener el siseo. Aprieto los ojos, no los tengo que abrir. Vienen nuevas órdenes, cuatro pestañeos.

Mis alaridos retumban fuera de la habitación. Que placer. Grito más fuerte.

Alguien se acerca. Las pisadas cada vez más fuertes resuenan en las paredes del pasillo. Un guardapolvo blanco entra y el sol inunda todo. Aprieto más los ojos.

- Míreme, soy el doctor.

Es el doctor. No puedo controlar los pestañeos. No le voy a decir que mire para arriba, no, mi ojo bueno lo mira y el izquierdo lo analiza, pensando. Mi ojo izquierdo recuerda cómo se enojó cuando le conté que me tragó el lagarto, entonces, se dio vuelta y llamó a otros guardapolvos blancos que vinieron corriendo con una mesita llena de cables y correas.

Mi panza se separa de mi cuerpo, se eleva siete metros y cae estrepitosamente sobre el colchón. Millones de alfileres entran por mi frente, la humedad en mis sienes, mis muñecas atrapadas.

Mi ojo izquierdo recuerda la electricidad. Yo no la puedo recordar.

- ¡Quédese quieto carajo!
- ¡Viva la Patria, mi Sargento!, ¿Sos vos Julián?
- ¿Que Julián ni sargento?, ¡soy el Doctor Perez, de la Clínica Inmaculada Virgen de Nuestro Señor!

La electricidad me curó. El doctor me curó.

No me muevo, ahora sí, el silencio reemplaza al siseo.

Necesito dormir.

"¡Si se queda dormido se muere, tagarna!"

Abro los ojos, la arena fina recorre mi esqueleto.

Mi ojo izquierdo no puede más.

Texto agregado el 31-07-2015, y leído por 50 visitantes. (1 voto)


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