No soy el mismo.
El gesto se va agriando,
quien dice el gesto, dice el alma.
Tengo la mirada menos brillante
y menos perdida.
Ya no miro horizontes lejanos
ni siquiera miro lo que hay enfrente de mi casa.
Sólo puedo mirar hacia dentro
como si buscara en el fondo del mar
algo que no encuentro en la orilla.
Tengo los mismos hombros arrogantes
que trato de mantener erguidos
para que no se note la carga.
Me sigo guardando las cosas en el pecho
y siento que ya no me queda espacio.
He vivido vidas que jamás imaginé
que me correspondieran,
pero la vida siempre guarda una sorpresa.

Verte era más que suficiente
para girar el mundo, y que un agujero negro
se tragara todas mis penas.
¡Quién no desearía abrazarse al cielo
después de la jornada!
Tocar las nubes con la punta de los dedos
y olvidar los huesos en la calle.
Pero la vida siempre nos sorprende
y cuando menos te lo esperas
te engulle. Y como Alicia en el país de los horrores,
anduve de laberinto en laberinto,
buscando la salida, como si sólo hubiera una.
Y no sé cómo, seguramente por casualidad
o por azar, como ocurre en las novelas,
me encontré sobre un puente
y me sacudí el polvo.

Quería transitar libre,
limpio de polvo y paja,
como si eso importara.
Y limpio ya de toda culpa, doblo la bandera de la verdad innecesaria,
y vuelvo al camino
con los brazos abiertos
y los ojos entornados.
No hay más verdad que la que arde.