En un café del centro, sobre la medianoche,
con olor a acordeón se elevan brevedades de mujer.
Se le expresan pedidos en otro idioma,
mientras su voz, cual recorrido de un pájaro,
sigue una y otra vez el espejismo de un hombre
hace ya mucho tiempo ausente.
Casi sabe a realidad, el desgarro que interpreta,
El contingente de extranjeros no entiende sus palabras,
y poco les importa el comprenderlas,
se embelesan al mirar su expresivo rostro,
las manos rogando en un aire poblado de notas,
el cuerpo, ofreciéndose en la fragmentación de acordes
sobre la rustica superficie del escenario.
Ella no baila un tango, le dibuja filigranas
a las huellas que se fueron sin respuestas.
Etéreo, el sonido de su garganta vislumbra llanto,
sospechas, conjeturas y finalmente, nada.
Armónicos los últimos compases, revelan las entrañas
de la locura que dejó un amor ciego.
Un suave eco sacude al forastero,
y en la penumbra desde donde observa en silencio,
el aplauso cubre un sollozo de remordimientos. |