A veces me levanto poeta y con la certeza de que ver amanecer desde la terraza es una tarea apetecible e importante. Se me escapan unos suspiros polvorientos que bien podrían oler a alcanfor. Los primeros coches cruzan el puente sobre un cielo que aún está sin color. Viajo sin prisa a mi infancia en busca de alguna pista, de alguna señal. Intento descubrir en que bifurcación amordacé al poeta y lo encerré en el maletero. Suena el despertador y corro a apagar el estruendo. He vuelto a la terraza y he mirado el cielo con su color insulso y los coches del puente. Alguien ha vuelto conmigo y ha asustado al poeta. He hecho café y me ha caído encima todo el cansancio del día que queda por delante. Todo en orden.