Los hechos que pasan en nuestras vidas nunca son igual a como los recuerda uno, siempre faltan detalles que la mente suple. Aun no logro recordar las palabras exactas que me dijo mi hijo, antes que me fuera a combatir por mi país. Mi mente solo recuerda el adiós que me hizo con sus manos.
Cada vez que camino por este árido desierto, mi mente no olvida las palabras del cirujano del hospital militar, ‘’su rostro ha quedado totalmente desfigurado, la reconstrucción ha sido un fracaso’’. Mi mente no ha podido olvidar, ni suple de ninguna manera los detalles de esa vez. Recuerdo el color de la habitación, el color de la bandeja donde traían los platos, incluso el color amarillento del bigote del General Kraz, el único del alto mando que dio la cara.
Maldigo la mujer de mi camarada, la que se embarazó y provocó que mi compañero viajara al hospital, maldigo al estúpido de mi oficial, que me delegó esa guardia y maldigo al soldado enemigo, que lanzó la granada y reventó mi rostro.
Cuando me sacaron las vendas, no podía creer el monstruo que era ahora, ¿Cómo reaccionaría mi esposa e hijo al verme? Ese era una situación que no podría soportar. El General Kraz me preguntó que podía hacer por mi, mi respuesta fue automática, ‘’yo estoy muerto, llévele la bandera a mi esposa’’. En u principio, el General se reusó a cooperar, sin embargo, vio la tristeza en mis destrozados ojos, y como caían las lágrimas en los surcos rasgados de mi cara, accedió y convenció a la junta militar.
Como segundo y último deseo, le pedí a la Junta, que quería ir a un lugar donde no existieran espejos, ni reflejos, tampoco gente, soledad absoluta. Es así como terminé en el desierto mas árido del mundo, en el país de Chile, muy lejos de mi tierra natal. Este lugar es soledad absoluta, no hay donde se refleje mi rostro. Vivo en un bunker, tengo alimentación para 70 años y medicina. Perdí el contacto con la humanidad.
Ya han pasado 20 años, y se avecina lo que siempre he temido. El cielo se ha puesto negro, nubes cargadas de agua se encuentran en el alto cielo. Miro hacia arriba e imploro que no llueva, pero es inútil. Llovió por eternos 15 minutos, yo me encontraba escondido en el bunker, al detenerse la lluvia decidí salir y contemplé un azulado cielo. Pensaba que ya no había nada que temer, en eso miro al suelo y observo en el charco de agua, el reflejo del hombre que tanto odié.
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