Brota la alborada entibiando el cuerpo del albatros.
El farallón acecha indemne al encrespado mar,
retórico sobreviviente del estanque azul, el ave
despliega en las alas su versión del despertar.
Sella su alianza marital antes de enfrentar a su destino,
otea el sentido del viento irguiéndose en el rocoso tejado,
y confiando en el titiritero de todos los días,
se entrega encantado al fantasma presuntuoso del vacío.
Una inexplicable inacción lo sumerge en libre caída,
Soportando, cual caballero aguerrido, el vértigo del desplome.
Inmenso en su envergadura, busca la presencia de térmicas
con las que ha de ganar altura y ritmo de viaje.
Drogado por la atracción azul del cielo, se encumbra
hasta el soplo con que se deja llevar sobre la masa de agua,
no existe urgencia en hallar lo buscado. Allí siempre estará,
en esas aguas australes donde reina, majestuoso.
Olas, blancas espumas y tornasolados arcoíris
no le impiden saciar su apetito ni buscar su alimento,
horas inmóvil en el firmamento, vertiginosas bajadas,
esplendorosas subidas y todo con un leve agitar de sus alas.
Remeras y timoneras, imperceptibles se mueven,
ora con sol de frente, ora sobre su lomo o bien a retaguardia.
Así, hasta que acalle el día, cuando el instinto lo instruye
a retornar al despeñadero donde aguarda su cónyuge.
En el tiempo de regreso, macera en su buche
el alimento de su prole, que lo aguardan en la espera.
Titan de mares y confines el albatros al descanso se entrega. |