Ella salió de la penumbra para entrar en la luz y enseguida, comenzaron a rugir los aplausos que antaño la llenaban mientras que ahora resultaban odiosos, sobre todo cuando los comparaba con los de él. Se dirigió a su batería, ubicó la banqueta con la espalda totalmente recta, y se sentó en el taburete de la misma manera que habría hecho si se hubiera introducido una descomunal verga. En ese momento, el estruendo del público le hizo saber que él estaba haciendo su aparición en el escenario. Ya iba pertrechado por su guitarra y ese sombrero ridículo que se obstinaba en llevar. Ella tomó las baquetas, estiró los brazos marcando aún más su ya ajustado suéter rojo y, un, dos, tres, comenzó el concierto.
Bastaban los primeros acordes, las primeras notas para volver a sumirse en el mismo trance de antaño cuando primero fueron las conversaciones pausadas, luego el sexo rítmico, posteriormente la introducción a la percusión y ya por último, la compenetración en los escenarios que le hacían olvidarse de sí misma. Permanecía con los ojos cerrados, las coletas al aire agitándose con cada golpe y retorciéndose encima del taburete mientras iban avanzando las canciones. Pero eran las pequeñas notas discordantes las que de vez en cuando le provocaban una mueca de disgusto, como por ejemplo esos riffs de guitarra cada vez más prolongados e insufribles, o algún discurso que él creería ingenioso entre canción y canción, o improvisaciones no comentadas que la forzaban a salir de su ensimismado compás. Aunque por encima de todo eso, eran las canciones de ambos que ya jamás serían de ella, esas canciones que él hacía en un micro situado frente a la batería, que él cantaba mirándola a ella, pero que eran ya otras a quien iban dirigidas. Eran esos momentos en los que con más fuerza cerraba los ojos y más se adentraba en el tranquilizador ritmo.
Fue mientras mantenía la línea de percusión con el bombo cuando entreabrió ligeramente los ojos para comprobar que, como tantas otras veces, hacía un descanso para echar un trago de su botella, y los volvió a cerrar con una ligera sonrisa pensando en cómo le sentaría aquella noche su bourbon envenenado. |