Erik Holfdansson ( El vikingo )
Desde muy pequeño había demostrado una enorme sensibilidad y dulzura de carácter, no podía ver sufrir a un animalillo, se quedaba extasiado contemplado los maravillosos atardeceres desde los acantilados, era dulce y cariñoso y repudiaba toda manifestación de violencia y como nunca participaba en los ensayos de lucha que hacían otros muchachos de su edad, era un niño solitario y reflexivo muy dado a la contemplación que prefería pasear por los bosques oír el canto de los pájaros y admirar el florecer de la naturaleza de las magnificas primaveras de su Escandinavia natal.
Vivía tranquilo hasta que tuvo que encontrarse con su destino, tenía 14 años cuando su padre Trond Holfdansson uno de los más importantes guerreros de su aldea, le dijo “Erik, ha llegado la hora de que aprendas a ser un hombre y conozcas los placeres que Thor el dios de la guerra y el trueno nos tiene reservados, mañana embarcaras conmigo, vamos a hacer con otros guerreros una incursión a las costas de Vadrefjord (Ahora Irlanda) para apoderarnos de todo el botín que podamos y de paso si es posible robarles unas cuantas mujeres para renovar un poco las nuestras, veras como disfrutas de la aventura”
Erik no se atrevió a decir absolutamente nada, primero porque sabía que esas eran las costumbres y segundo porque nunca se le ocurriría oponerse a su padre, famoso por su ferocidad y mal carácter.
Y allá fue y de allí volvió y no solo no disfruto ni un segundo sino que regreso horrorizado ante las barbaridades que contemplo, por las violencias escenas sangrientas y de sexo que se vio obligado a presenciar, por las matanzas que vio y por los gritos desgarradores de las mujeres raptadas y aunque no fue un participante activo, quedo para siempre traumatizado con las bestiales y primitivas costumbres de su raza, fue la primera vez que se dio cuenta de que él no era y nunca sería un vikingo al uso y mucho menos cuando su padre le dijo al volver a casa “¿Qué hijo, has disfrutado verdad?, esa es nuestra vida y no te preocupes que pronto tu podrás sentir el placer de atravesar con tu espada a tus enemigos”
A partir de ese día se negó a volver a participar en ninguna otra incursión de ese tipo, arguyendo bien que estaba enfermo o que no estaba suficientemente entrenado o cualquier otra excusa que se le ocurría y aunque su padre insistió hasta límites increíbles, Erik él se resistió y se resistió, incluso cuando trato de convencerle con regalos que Trond consideraba irresistibles, un día era una vaso hecho con la calavera de un importante jefe de una tribu rival, otro una espada todavía con sangre seca con la que había matado a varios enemigo, pero Erik continuo firme y no volvió a participar en ninguna de las bestialidades de su pueblo.
Y tanto se resistió, que al final Trond su padre empezó a aflojar la presión sobre él y comenzó a considerarle como un caso perdido, consolándose al final con otros de sus muchos hijos que si seguían con denodado entusiasmo las orgias guerreras de su raza.
Pero para Erik aquello no era suficiente, necesitaba estar lejos de la aldea, de aquellas horribles y primitivas costumbres sangrientas y violentas, necesitaba apartarse de ellos y poder dedicarse a lo que le gustaba, a contemplar la naturaleza, a reflexionar sobre la existencia, a cultivar su mente, a aprender a tocar instrumentos musicales, a saber escribir, a pintar y a dedicarse a otras actividades intelectuales que su pueblo consideraba inútiles.
Consiguió al fin y a regañadientes de su padre que le permitiera vivir en una choza a las afueras del pueblo en el borde del bosque, donde se pasaba las horas tratando de aprender y estar en equilibrio con su conciencia y con la naturaleza.
Vivía tranquilo, pero le pesaba la falta de aceptación de su padre, sufría viendo que le ignoraba y que hacia como si no existiera, necesitaba su cariño, su estima, que le comprendiera y que le apreciara por ser como era aunque fuera diferente del resto.
Así que un día pensó, que quizá si le mostraba sus habilidades, parte de su arte, una muestra de lo que era capaz de hacer, quizá podría conseguir que cambiara de opinión.
No lo pensó dos veces y se puso a preparar una composición poética para su progenitor, estaba seguro que se conmovería al oírla y le aceptaría dentro de la sociedad como un igual aunque fuera diferente.
Dado que prácticamente era autodidacta, tardo bastante en escribir un pequeño versito, pero al fin lo termino y una mañana se planto delante de la cabaña de su padre le llamo y le dijo.
“Padre mira lo que he escrito para ti” y le leyó entusiasmado y con voz afectada su pequeña obra que decía.
Cuando sale el sol por la mañana
Siempre me asomo a mi ventana
Y nunca lo hago de mala gana.
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Y soy más feliz que una botija
Porque el bosque me cobija
Aunque no tengo ni una vasija
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Trond se quedo mudo y sin poder reaccionar, pensando una y otra vez “¿Pero cómo es posible? ¿Pero qué he hecho para merecer esto?”
Y cuando reacciono, pues eso reacciono.
Erik se quedo sin cabeza esa misma tarde, aunque los historiadores de la época, no se llegaron a poner de acuerdo si fue por lo harto y defraudado que estaba Trond por no tener un hijo que se comportara como él quería, como un vikingo o por la convulsión mental que le produjo las absurdas estrofas versadas de su retoño.
Fernando Mateo
Julio 2105.
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