Hace tiempo dejé de sedar a mis demonios, de ahogarlos con lo que tuviese a mano; ahora viven conmigo, y no sé precisamente cómo enfrentarlos, solo, rondan por allí, en especial de madrugada, y el clonazepam no calla las voces dentro de mi cabeza que juegan afuera. Hay una chiquilla, se llama Ema, odia el fútbol, ama subirse a los palos de jocotes y siempre anda las rodillas raspadas, a ella no le gusta mucho hablar con gente, especialmente adultos. Está Verónica, post-adolescente hipocondríaca que teme morir envenenada, ama la música instrumental, y siempre lleva un cuchillo en su liguero. Estoy yo, una hoja de papel manchada, con muchas letras, demasiadas: ilegible. Y está... Bueno, no tiene nombre, es grande, siempre lleva abrigo, nunca deja que le vea el rostro, cuando ve un carro me dice "caminá", cuando ve un balcón me dice "saltá", cuando ve filo, susurra "deslizalo". Nunca cabemos en el mismo bus, taxi o carro sin que haya una guerra, pero siempre cabemos en la misma cama. Cuando el invierno llega a su climax en octubre decoran mi cuarto de azúl, ¿Y sabés cuanto amo el azúl? Lo suficiete, como para seguir viviendo.