Este es un texto bastante antiguo, escrito a mediados de 2011. Quiero compartirlo de nuevo, porque considero que aún tiene vigencia.
Algunos anuncios publicitarios, de esos que se colocan en todas partes (estaciones del metro, paradas de autobuses, bardas provisionales de lámina), resultan muy interesantes cuando el ingenio, la sutileza y la frescura que irradian, permite que el mensaje propuesto, llegue con suavidad hasta nuestros ojos, cerebro y corazón; sobre todo al corazón, que se emociona y sobresalta con cualquier nimiedad que conlleve sentimientos. He visto tres que me han ganado: el primero, una sonrisa; el segundo, el sentimiento inefable de querer hacer lo que mejor hago (según yo) y realizar lo que sea necesario para mejorar como ser humano (ambos propósitos son bastante subjetivos, porque no tengo la certeza de cual actividad es la que desarrollo mejor, ni si las decisiones o actitudes que tome, realmente me convertirán en una mejor persona). El tercero, la ilusión de perdurar en la memoria de muchos, de poder trascender.
El primer anuncio decía: “TODOS TENEMOS C H O N”, palabra que por acá, utilizamos generalmente para evitar el decir calzón o calzones, que deseo creer que todos los usamos, aunque hay féminas y hombres también, que no los acostumbran. El cartel está auspiciado por la UNAM, para promocionar el museo de las ciencias UNIVERSUM, que es sin lugar a dudas, uno de los mejores museos con los que cuenta la Ciudad de México y que se localiza en las instalaciones del campo universitario. La probidad de esta afirmación queda manifiesta, cuando bajo cada una de las letras de “CHON”, se lee: C (Carbono), H (Hidrógeno), O (Oxígeno), N (Nitrógeno) y los porcentajes de cada una de ellas que posee el cuerpo humano.
El segundo cartel, publicitaba una tarjeta de crédito: American Express y la imagen era una serie de limones de diversos tamaños cayendo en desorden y cada uno con fragmentos de la siguiente frase: “Si la vida te da limones...haz limonada.” Y es que muchas veces lo mejor de nosotros nunca aflora y lo dejamos perder por falta de voluntad, de decisión, de una verdadera convicción de lo que somos y queremos. ¿Cuántas veces no nos atrevemos a hacer o emprender algo, por el innato temor a fallar, a no hacerlo bien, a no poder salir adelante y quedar en ridículo?
¿Con qué fuerza anhelamos realmente una cosa, que posea la voluntad suficiente para convertirlo en realidad?...Cuando lo pienso, me atrevería a asegurar que casi nunca. Digo casi, para conservar la esperanza de que podemos ir un poco más allá y adentrarnos de veras en la esencia de las cosas, de lo que deseamos, sin quedarnos simplemente en la superficie, nadando en lo superfluo de los quiero, pero no puedo. Que si quiero lavar mi auto, voy y lo lavo; que si quiero escribir un cuento, voy y lo escribo; que si amo a una mujer, hago el esfuerzo necesario o aún más para lograr que me corresponda.
Si mi decisión inquebrantable fuera convertirme en un escritor, ¿qué tanto estoy haciendo para lograrlo de verdad?... ¿Estoy asistiendo a algún curso de redacción? ¿estoy en algún taller de escritura? ¿busco asiduamente las convocatorias de concursos para participar? ¿estoy escribiendo diario y metódicamente? ¿mis lecturas son las más adecuadas para desarrollar mis habilidades creativas? ¿qué sería capaz de sacrificar para conseguirlo?...
El tercer anuncio era muy simple: un niño de 7 u 8 años leyendo un libro, bajo las palabras: “Leer engrandece”. Podrá parecer mentira, pero al leerlo se me hizo un nudo en la garganta y las lágrimas estuvieron a punto de aflorar a mis ojos. La iniciativa de leer más, inunda desde hace ya un tiempo, esta vieja ciudad de hierro que es la Ciudad de México, espantosamente grande y contaminada de smog, automóviles, basura, pobreza, gente...Mi ciudad me apasiona aunque no la conozca bien, quizás por lo mismo, me sé enamorado de ella. Recibir libros en donación, para fomentar la lectura, era el motivo de este último anuncio y me parece una actitud muy plausible llevar las letras a todos los rincones sin importar raza, credo o condición. Algo bueno tenía que hacer por fin el regente de la ciudad (además de limpiar de puestos ambulantes del centro histórico), aunque no sea santo de mi devoción.
Lewis Carroll, decía que debemos alimentar la mente con buenos libros, cuidando que no nos vaya a faltar alimento adecuado ni que vayamos a indigestarnos con lo leído. Parece muy sencilla la receta, aunque sabemos de su complejidad; la magia de la palabra de Carroll nos demuestra que es posible leer buenos libros: “Alicia en el país de las maravillas” es un libro casi perfecto.
Lunes por la mañana, entre libros, pelis y reuniones familiares, he consumido el fin de semana. Hoy, es día de trabajar.
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