En el guardabarros trasero de algunos coches hay una bola metálica que sobresale y amenaza con lesionar de gravedad tu vehículo si te descuidas al aparcar. Yo también he sufrido una escaramuza desagradable como ese artefacto infernal. Dicen que la bola, criminal y asesina en potencia, sirve de enganche para un remolque, pero sospecho que hay conductores sin remolque que tunean su coche con esa bola con intenciones únicamente defensivas. En realidad estos conductores preferirían colocar afiladas lanzas rotatorias en las ruedas de sus autos como en las cuadrigas de Ben Hur. Un largo y concienzudo estudio me ha llevado a la inevitable conclusión de que en el mundo existen muchos más enganches para remolques que remolques.
Lo mismo ocurre con los amigos. Yo tengo muchos más amigos de las personas que se consideran amigas mías. Yo en caso de necesidad, y por poner el más prosaico de los ejemplos, me atrevería a pedir dinero, pongamos, a diez amigos, mientras sé con seguridad que sólo dos de ellos se atrevieran a pedirme dinero a mí. Tener un amigo es el enganche, que él te considere amigo suyo es el remolque. Todos presumimos de enganches, pero casi ninguno tenemos remolque.