El entierro habría sido más silencioso si la obesa madre de la difunta no hubiera estallado en llanto, era desesperante, me limité a observar de reojo cómo lloraba y cómo con cada movimiento agitado que hacía, la piel de sus extremidades temblaba repulsivamente.
No tardaron mucho en cubrir el diminuto ataúd, y no fue hasta que el entierro terminó y la policía se llevo a la dolida madre como sospechosa que pude sentir un fuerte alivio, me fui a mi casa, con una expresión de dolor y condolencias que podía contagiarles ese sentimiento a quienes me vieran, tenía que mantener ese rostro hasta estar detrás de las puertas de mi hogar.
Cuando llegué Bastet me estaba esperando, y sin hablar, le dije que todo había salido bien.
Me sentía incrédula, pues nunca creí que fuera a funcionar, y mucho menos que Bastet aceptara tal petición.
A ella parecía no importarle, pues sentía que no había diferencia en haberle desgarrado la garganta a la niñita gorda que las veces que mataba ratoncillos. Y yo estaba muy de acuerdo con eso, la única diferencia fue la limpieza con la que realizó los cortes, como si sus colmillos fueran dos navajas afiladas, eso fue lo único que el forense pudo concluir.
Por fin había hecho la venganza que tanto añoré durante años, sin embargo sentía que era una dicha que pronto terminaría, me sentía satisfecha, pero ninguna satisfacción es eterna.
Pero dejé de pensar en ello, no era momento de preocuparme por esas cosas. |