Corregidor

La nube lo trajo. Una forma con brazos cortos alrededor de la cintura ausente. Una cabeza grande y ojos salientes. Mientras mi memoria desata su imàgen, aparece el olor. Lo mirè acostado a mi lado. Creí que cerrando los ojos impediría el paso del olor que guardaba en sus pliegues de carne y grasa. Pero no fue así, y mi memoria me dice que no fue así. La nube cambió de formas pero el olor está en mi nariz. Es ácido y ultrajante. Sin embargo, quise estar a su lado. Dije y me dije que lo amaba. Dije y me dije que era generoso, sensible, risueño y dispuesto a darme los gustos. Supo, desde el principio, de mi amor por los aromas y me pidió que usara agua de rosas. Supo, desde el principio, de mi amor por los viajes y propuso que lo acompañara a todos. Supo de mi amor por los libros y disfrutó con mi lectura de Garcìa Màrquez. Supo de mi amor por la música y encendió a Troilo. Alguna vez me di cuenta de que tomaba nota de mis amores y de sus agasajos. Sus escritos le exigían mas horas cada día. Se acostaba tarde y amanecía cansado. Entraba a casa y se sentaba frente a la computadora ansiosa de su dedos. Yo me iba a la cocina y preparaba cositas para que se sintiera acompañado por mi amor en su tarea continua. Comencé a pedirle permiso para hablarle. Alguna vez, estuve a punto de descoser el Universo porque corté con mi voz el hilo de sus ideas. Otra vez, manché el arte de la humanidad cuando toqué un hoja que él había impreso hacía un minuto. Mis pedidos de permiso se extendieron al uso del baño, de la cocina, y de los lapices. Su olor cavernoso amenazó mi respiración. Sus ronquidos crecían . El televisor seguía encendido y la radio también. Vì que tenìa los anteojos puestos y los ojos, cerrados. Fue la última noche que miré como corregía.